Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Marzo de 2015

Corrompidos
 

“Este es un país de cafres”, dijo el humanista Darío Echandía quien fuera presidente de Colombia entre octubre de 1943 y mayo de 1944, en su condición de primer designado, como se denominaba entonces al actual cargo de vicepresidente.
Un cafre es algo así como un gamín de la séptima, pero a voluntad; bárbaro, tosco, rústico, y no obstante algo demasiado dulce para los tiempos actuales; parafraseando al político tolimense, yo diría que más bien este es un país de corrompidos.
Corrompido es un adjetivo para lo que está putrefacto, descompuesto, estropeado. Pero en Medellín, corrompido es un sustantivo para nombrar a aquellos seres pervertidos, depravados, degenerados, envilecidos, descarriados. Como sustantivo no lo admite la RAE, pero la realidad, sí.
Funcionarios corrompidos. La sacrosanta Corte Constitucional en entredicho ético por cuenta de la coima presuntamente recibida por Jorge Ignacio Pretelt quien, como Magistrado, debería conocer la sentencia de Plutarco: “La mujer del César no sólo debe ser honrada, sino parecerlo”.
Empresarios corrompidos. Donde los códigos éticos se birlan en aras de los indicadores económicos y de gestión. No de otra manera se explica uno que en tres ocasiones, una empresa como Carvajal S.A., que supuestamente “hace las cosas bien”, esté implicada en prácticas corruptas como la cartelización, destapada por la Superintendencia de Industria y Comercio: de pañales, en agosto de 2014; de papel higiénico, en noviembre del mismo año; y la semana pasada, de cuadernos.
Integridad corrompida. La promesa de que operará “en forma honesta y clara, que genera confianza en los clientes, colaboradores, proveedores, accionistas y la comunidad y (…) de acuerdo con el marco de la Ley y las normas establecidas en los diferentes países en que opera”, es letra muerta.
Ciudadanos corrompidos. Como el personajillo de “usted no sabe quién soy yo”, un tal Nicolás Gaviria, cuyo parentesco con César Gaviria fue desmentido por el propio expresidente; tan corrompido este sujeto, que ni identidad tiene para sus conductas de cafre.
Prosélitos corrompidos. Como María del Pilar Hurtado y Bernardo Moreno, que faltaron a la fe pública y para satisfacer sus apetencias de poder y sus ganas de ser parte del círculo afectivo de Uribe, fueron capaces de hacer lo innombrable. 
Creyentes corrompidos. Hemos olvidado las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña: “Sois la sal de la tierra; pero si la sal se corrompe (…) no sirve para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”.