Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Abril de 2016

EL SEPTIMAZO

Respirar

 

MI  batalla con el aire, tan reacio a pasar ligero por mis bronquios hasta llegar a mis pulmones, me hace pensar en la finitud, pero la finitud no es la muerte, aunque morimos un poco cada día, sino la suma de nuestras contingencias. Y somos contingentes porque no somos necesarios. Somos prescindibles.

Pero no es para sentarse a llorar. Y menos yo que soy obstinadamente feliz. La contingencia nos aterriza y aunque no es la Moira de los griegos, es inevitable y es la suma de lo que somos y de lo que nos legaron, de nuestra propia gramática y de la que otros tatuaron en nuestro ADN.

Miro el azul de mar cartagenero y respiro hondo para llenarme de aire; entonces, llega a mí un trozo de las Elegías del Duino de Rilke: “a esto llamamos destino: estar en frente y nada más, siempre en frente”, sabiendo que somos finitos porque somos el resultado del azar y porque empezamos a morir en el instante mismo en que nacemos.

Somos nuestras historias me digo a mí misma mientras inhalo salitre del Caribe, para que esta asma persistente no me pase factura antes de haber bailado El último tango en París. Y como somos una historia que se construye necesitamos relatos que la signifiquen. Tenemos prurito de narrar nuestras cuitas. Esa urgencia se vuelve catarsis en cada recuerdo que regresa, en cada anécdota que traemos a cuento porque sí, o porque tal vez, o porque ajá.

Somos finitos. En su Filosofía de la Finitud el catalán Joan-Carles Mèlich recuerda que el tiempo humano es breve. “No tenemos todo el tiempo del mundo a nuestro alcance”, nos advierte. Ser finitos nos vuelve temporales pero sobre todo, nos hace hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Un tiempo personal y colectivo que ya es otro, diferente a aquel en que se hicieron posibles nuestras metáforas morales (que no éticas) y sociales, me digo a mí misma en esta playa febril donde puedo respirar a placer lejos de los prejuicios que habitan 2.600 metros más cerca de las estrellas.

Con tanto proceso de paz en ciernes por cuenta de la creatividad de Santos, los colombianos tendremos que  “aprender a vivir con las ausencias y los ausentes, con los espectros de los que ya no están y no volverán jamás”, porque de eso se trata la finitud y cuando lo aceptemos dejaremos de ser una dicotomía entre olvido y esperanza.

Quizás entonces, todos podremos respirar.