ADRIANA LLANO RESTREPO | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Octubre de 2014

Hiperbólicos

 

La Colombia de la prosperidad se ha convertido en hiperbólica; parecemos inmersos en el mundo de la publicidad, donde prevalecen los estados alterados. Los hechos oficiales y su despliegue mediático muestran desmesura. Pero no habitamos Jauja: nos volvimos exagerados.

Las hipérboles, el sumun de la exageración, tienen su gracia, pero quizás sólo en poesía. “Por doler me duele hasta el aliento”, es para mí la más hermosa de todas, construida por Miguel Hernández en su inmortal Elegía: (…) “Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas/ compañero del alma, tan temprano/. Alimentando lluvias, caracolas/ y órganos mi dolor sin instrumento/a las desalentadas amapolas /daré tu corazón por alimento”.

El lenguaje de Uribe nos achicó el universo mientras él se agrandaba, ya que solo en un mundo de menores de edad mentales cabe un mesías; Santos por su parte, con cada descalificación a su predecesor se ha vuelto un maestro en exageraciones políticas y nos está convirtiendo en una sociedad hiperbólica.

Hiperbólico hablar de postconflicto cuando ni siquiera hemos logrado la paz. Hiperbólico creer que la paz es un hecho cuando seguimos en guerra. Hiperbólico hablar de paz mientras estigmatizamos el disenso. Hiperbólica la contrición de las Farc si no reconocen a las víctimas.

Hiperbólico creer que el voto obligatorio nos concederá ipso facto madurez democrática. Hiperbólico pensar que aprobaremos vía referendo lo que se acuerde en La Habana. Hiperbólico imaginar que 7,5 millones de electores concurrirán a las urnas para pronunciarse sobre una entelequia.

Hiperbólica la prosperidad si el hueco fiscal de Santos es así de grande: 12,5 billones de pesos. Hiperbólico querer taparlo recortando el despilfarro en un billón. Hiperbólico creer que hay tributos transitorios: el 4 por mil goza de buena y larga vida.

Sólo un pueblo hiperbólico puede creer que habitamos un país de oportunidades, o que la respuesta es Colombia, o que a la vuelta del cuatrienio seremos un país en paz, con equidad y educado.

Es tan hiperbólico el país de Santos que las entidades estatales gastaron sin pudor en publicidad $2,3 billones en dos años, no para aportarle a la construcción de una utopía viable o para hacer movilización social en torno de un sueño colectivo, sino para mostrar una realidad hiperbólica inexistente.

Hemos transitado de los diminutivos de Uribe a las hipérboles de Santos. Somos más que semántica y como diría Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar, es mejor callar”.