Por Andrés Molano-Rojas
Los escépticos griegos recomendaban la “suspensión del juicio” -epojí-, conscientes de que es siempre mejor, y en todo caso más responsable, no afirmar ni negar nada de lo que no se conoce, quizá porque muchas veces es simplemente imposible conocer cosa alguna.
Parece conveniente seguir su consejo, aunque sea sólo ocasionalmente, frente a las cuestiones internacionales, que, por definición, están plagadas de unknown unknows -como suele decirse en el ámbito de la inteligencia estratégica-. Hacerlo, por ejemplo, frente a la cascada de acontecimientos que ha provocado la reciente retirada, acelerada y masiva, de los Estados Unidos y de sus aliados, de Afganistán, tras veinte años de intervención en ese país. Una cascada que no ha dejado de fluir, cuyo cauce aumenta cada día, que alimentan los más diversos afluentes, y cuyo curso está muy lejos de haberse definido.
Pero suspender el juicio no significa renunciar a hacer preguntas. (Acaso, dicho sea de paso, ese sea el objeto del conocimiento y del aprendizaje: hacer preguntas, y no tanto hallar respuestas -porque ninguna lo es, a menos que contenga una nueva pregunta)-. Y, en ese sentido, no son pocas las que cabe hacerse sobre lo ocurrido allí, en la “tumba de los imperios”, y, especialmente, sobre lo que podría pasar más adelante.
¿Constituye este episodio la prueba definitiva del final del predominio estadounidense, la confirmación de su declive? A fin de cuentas, los rumores sobre la decadencia de Estados Unidos han circulado antes varias veces (entre otras, tras la caída de Saigón, que tantas comparaciones con Kabul ha suscitado), y han resultado ser, a la postre, más bien exagerados.
¿Hasta qué punto afectará la credibilidad de Washington, ante sus aliados, y, sobre todo, ante sus rivales, la chapucera ejecución de su retirada de Afganistán? A fin de cuentas, aliados y rivales saben que, en política internacional, no todos los intereses son iguales, ni tampoco la disposición a defenderlos.
¿Ajustarán los talibanes su conducta, habiendo aprendido de su propia experiencia que, por un lado, hay umbrales que es mejor no transgredir, y que, por el otro, hay en la práctica límites que la “comunidad internacional” está dispuesta a correr, según las circunstancias, aunque los mantenga en la retórica y los reivindique, ocasionalmente, con uno que otro gesto? A fin de cuentas, París bien valió una misa, y la seguridad y la estabilidad, bien valen otra.
¿Qué harán China, Rusia, Irán, India, Paquistán, y todos los demás que están de alguna forma inquietos o expectantes, ante una vecindad potencialmente incómoda y volátil, y ante las consecuencias imprevistas de la satisfacción de sus deseos? A fin de cuentas, en río revuelto, ganancia de pescadores, aunque el camino del infierno esté pavimentado de buenas (y ni que decir de malas) intenciones.
Y, ¿qué hará ahora el expresidente Ashraf Ghani? ¿Volverá a la cátedra universitaria? ¿Revisará y enmendará su libro sobre reconstrucción de Estados fallidos, en la práctica, fallido? A fin de cuentas, siempre es más fácil hablar sobre el poder que gobernar y ejercerlo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales