Política de ciegos
Hace rato la política grande y visionaria, de nobles empresas, aliento nacional y social, desapareció de entre nosotros. La política vigente se reduce al populismo y defensa a ultranza de intereses egoístas, personalistas; impera el fulanismo, la mezquindad, la demagogia, así algunos pretendan envolver sus intenciones en la bandera nacional. El Congreso es reflejo social del vencimiento espiritual que padecemos. Apenas unos pocos legisladores son insobornables patriotas; un ambiente de frustración y piñata grotesca domina en el Capitolio. Tengo amigos congresistas que con vergüenza cobran sus dietas, convencidos de que poco pueden hacer.
Como sostiene Le Bon, el poder corruptor de los más en las asambleas prevalece sobre el individuo aislado y honrado. Y no nos digamos mentiras, ni con la mayoría histórica en el Congreso del presidente Juan Manuel Santos, con la que no contó ningún gobernante anterior, las cosas se enderezan. En el Congreso no se da la confrontación de tesis, falta el contrapeso de una conservatismo aguerrido que defienda nuestros valores, la política se negocia en la penumbra y en secreto. Fatalmente la República es empujada al estercolero moral, antesala del derrumbe en todos los órdenes y que favorece el asalto de izquierda, proceso similar al del resto de Hispanoamérica.
La mayoría de los congresistas rivalizan en adulación y genuflexión con los crapulosos cortesanos de las monarquías decadentes del absolutismo decimonónico, para ganar la simpatía del amo y engordar la cuota burocrática. Un senador veterano, elocuente en el pasado, con franqueza me explica: “la abyección en Colombia produce jugosos beneficios. No para el país, sino personales. Cuando se intenta hacer algo grande en el Congreso, se queda uno solo”. Yo le contesté, pero hubo un tiempo en el cual las fuerzas conservadoras defendían con ardor sus postulados. Con cierta amargura, agrega: “eran otros tiempos; hoy la política carece de principios ideológicos, cuentan el tráfico de influencias, la puja por los contratos, el servicio burocrático y la bolsa millonaria para ser reelegido”.
Santos calcula la reelección, árbitro del centro, anuncia viviendas gratis, en guerra homicida agita el olivo de la paz. Uribe se mueve en la cresta del descontento. Cambio Radical, con miras a la sucesión, apuntala a Santos. Los liberales de nómina exaltan al gobernante. Los verdes, chillan con la senadora Jiménez. El conservatismo reforma estatutos y resiente la reducción burocrática, falto de un poderoso arsenal de ideas. Pastrana condena el aquelarre. La izquierda acusa. Con un panorama similar, defenestrado el alcalde del Polo, una fuerza política con tres meses de vida impulsa a Petro a la Alcaldía de Bogotá y derrota a todos los partidos. Triunfo que busca la izquierda en las presidenciales. ¿La crisis política es exclusiva de Bogotá o se extenderá al país?
Con el gasto público desbordado como otra Arabia Saudita, por la bonanza minera, sin saber los efectos del TLC, en crisis el capitalismo mundial, con el petróleo a la baja, la corrupción y la violencia en auge, seguimos dando un espectáculo circense de ceguedad irresponsable. Mientras, a contrapelo del conformismo de las encuestas, se incuba la explosiva indignación nacional.