ALBERTO ABELLO | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Octubre de 2011

Viva la Casa de Alba

Y  como en los cuentos triviales de literatos de pacotilla pasó lo que tenía que pasar, nadie pudo detener al trepador cuya ambición de llevar un título nobiliario  y conseguir una jugosa renta  lo llevó a casarse con la Duquesa de Alba. Estos matrimonios morganáticos se han vuelto el pan de escandalosas bodas. Varios príncipes y princesas se han casado con plebeyos, así las diferencias de edad  y la razón no se encuentren en tan penoso estado. Y suscitan toda suerte de consejas, aprobaciones y rechazos en los diversos estamentos sociales, que rara vez conmueven a los implicados.
En España se tiene una antiquísima admiración por  la ilustre casa de los de Alba, desde los tiempos en los  que arma al brazo defendía con ardor y valentía el Imperio de los Habsburgo. Esa vieja admiración se mantiene por generaciones con la resonancia de las campanas antiguas, así hoy nadie de la familia  represente  el talante guerrero. En el siglo XXI los nobles no usan espada  y son raros los que  saben de esgrima, los más tienden a aburguesarse. La Duquesa de Alba es heredera de varias grandezas de España y más de cincuenta títulos, de varios imponentes castillos, obras de arte, joyas e inversiones y rentas jugosas. Cayetana Fitz James Stuart, se destaca por  amar, practicar y estimular las costumbres de su tierra sevillana. El día del matrimonio baila pausadamente, pese a su salud quebrantada y el estado nebuloso de sus facultades mentales. En la España cristiana se considera piadoso que una linajuda  dama de avanzada edad, que hasta hace poco estuvo postrada en silla de ruedas, se le permita unirse a un arribista, puesto que según explica un psicólogo de renombre, el hoy esposo nunca ocultó sus planes de aprovecharse de la aristócrata doblegada y alucinada por la senectud. El abusivo compañero  quería casarse a como dé lugar y lo ha logrado. La Duquesa  acostumbrada a su impertinente presencia lo necesita a su lado, así como algunos enfermos se agarran a un bastón para caminar. Nada pudieron hacer los familiares para evitar el enlace, cuentan los mejor informados que el rey Juan Carlos, que debía dar el permiso para la boda, entendió que la duquesa  necesitaba del tío como los enfermos ciertos placebos. A sabiendas de que no existe posibilidad alguna de consumar el matrimonio, que en otros tiempos habría sido anulado a petición interesada.
Así que la boda es una melancólica mascarada de la vida real. El consorte intenta hacerla adoptar un niño antes del matrimonio, el cual tendría derechos importantes de herencia, los abogados lo impidieron con dificultad. Se repartió parte de la fortuna con antelación, mas existe el peligro de hacerla firmar papeles comprometedores. Muchos temen que con ligereza y piedad irresponsable se esté tolerando un final grotesco.
Lo curioso es que el noble pueblo ibérico  interpreta el bochornoso enlace con la misma elusiva pasividad de la sociedad; dejémosla ser mientras respire. Quizá  es por eso que en España se han vuelto a oír las vivas a la Casa de Alba.