La democracia cautiva (III)
Prevalece el desacuerdo sobre el término democracia; son múltiples las definiciones y contradictorio el contenido que le dan a esa palabra mágica la filosofía, la lingüística y las diversas ideologías y partidos políticos. La democracia como la entendían los antiguos griegos, según criterio de Ciistenes, 500 años antes de nuestra era, deviene de la voz griega que significa gobierno y pueblo. Los griegos escribían en prosa sin saberlo y empezaron a emplear el término con Herodoto. Según Phillppe Raynaud y Stéphane Rials, en su valioso Diccionario de Filosofía Política el término democracia al estilo griego se pierde en la oscuridad de los tiempos por cuenta del imperio del absolutismo. La discusión sobre la verdadera democracia en términos occidentales puede volverse bizantina; son múltiples las variantes e interpretaciones.
En Colombia no se conoce un estudio riguroso de lo que se entiende por democracia, puesto que ese término ha servido para encubrir los mayores atentados contra la misma. La democracia como la entendemos en la actualidad no existió durante el predominio de los indígenas desde tiempos inmemoriales a la llegada de los españoles, cuyo gobierno dependía de la voluntad omnímoda del cacique, del brujo, eventualmente del consejo de ancianos, incluso se pretendía interpretar las señales de los elementos como el rayo y los terremotos como mensajes o castigo de los dioses. Con los peninsulares la democracia tuvo una cierta manifestación en los cabildos municipales, en mayor o menor grado con los Austrias y los Borbones, no así en el gobierno del Imperio Español.
Se les atribuye a pensadores del siglo XVIII como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Volney, como a los enciclopedistas la paternidad de la democracia moderna. A los padres de la Independencia de los Estados Unidos, la de la democracia constitucional. Siendo anterior el pensamiento de los teólogos y juristas españoles, como Vitoria, padre del derecho de gentes y del jesuita Suárez, que va mucho más lejos y es el teórico del tiranicidio, en tiempos en los cuales se creía en el derecho divino de los reyes. Y son estos pensadores los que influyen en el siglo XVIII de la Ilustración, así no se les reconozca la paternidad espiritual y ni siquiera se mencione a Vitoria cuando se hace referencia al Derecho de Gentes, puesto que el complejo de inferioridad de nuestros intelectuales y políticos, los lleva a buscar precedentes en los anglosajones, franceses o alemanes.
El Libertador Simón Bolívar en su Manifiesto de Cartagena disiente públicamente de la bondad sacrosanta de los principios demoliberales calcados por los criollos de autores foráneos ajenos a nuestra cultura: “Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar, porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente concluido!”. La debilidad crónica del Estado y la clemencia demoliberal culposa es la que permite que en pleno siglo XXI los subversivos sigan con el proceder vil de asesinar militares cautivos e inermes.