ALBERTO ABELLO | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Diciembre de 2011

La democracia cautiva (VI)

La visión “democrática” en Colombia e  Hispanoamérica, contra lo que piensan la mayoría de historiadores y sociólogos que se ocupan en la Independencia, no  responde al producto de una experiencia secular, ni a la evolución natural en el gobierno que nos condujera  a su ejercicio: si bien se debe entender que en los cabildos durante el sistema del Imperio Español en América, funcionaba un tipo de gobierno citadino en el cual representantes destacados de la sociedad ejercían el gobierno en términos democráticos, en el sentido de que por mayoría y acuerdo tomaban las decisiones. Sin que la masa citadina tuviese mayor influjo en su conducta, en un medio en el cual parte de la población vivía como ausente de la política y una minoría seguía en la esclavitud.

La democracia directa en Grecia es recurrente en los momentos decisivos para escoger conductores en caso de peligro, de crisis o de guerra. Algo similar en menor grado ocurre en el sistema municipal español que rige las ciudades, de donde nos llega el modelo por traslación y expansión, con la diferencia de que allí prevalen las autonomías, con sus tradiciones y antiguos monarcas locales hasta los reyes católicos, con antecedentes separatistas y guerra civiles, peculiaridades que aún hoy persisten.

A diferencia del Virreinato de México o del Perú, donde hacen marqueses a Hernán Cortes y Francisco Pizarro, para gobernar antiguos imperios indígenas, en la Nueva Granada habitada por  diversas tribus en fiera lucha territorial, Gonzalo Jiménez de Quesada, guerrero y pacificador, le nombran  Adelantado. Algunos confunden la evolución “democrática” de los cabildos y la descentralización de los Austrias en nuestra región con el demoliberalismo revolucionario francés que posteriormente surge en Occidente, cuyos tiempos son diferentes. Lo que emerge en Hispanoamérica durante el derrumbe del Imperio Español, responde a la tradición y respuesta del cuerpo social del antiguo régimen descalabrado por Napoleón al ocupar España y defenestrar a los reyes, para instaurar una monarquía de origen plebeyo apoyada por su genio y  espada, que desata la reacción popular entre los peninsulares y entre los criollos hispanoamericanos.

No brota en nuestra región el tufillo revolucionario a la francesa, así se conocieran sus filósofos e ideas, por cuanto no tuvimos una  lucha de la burguesía contra la aristocracia; ni en España, dado que los monarcas se cuidan de no dejar prosperar una nobleza capaz de disputarles el poder y por el  atraso en desarrollo. El sistema de encomiendas favorece y ennoblece a los fundadores de pueblos, nobleza que no era cortesana, rara vez  titulada, con  poder real en la primera generación, que solía ser recortado en la segunda o tercera. Aquí no aparece una poderosa burguesía, más bien se fortalecen los estancieros ricos de rudos sentimientos aristocráticos al estilo de la Edad Media con recursos económicos o familiares para influir en la Metrópoli, lo mismo que algunos comerciantes de oro y esclavos... Y la reacción, inicialmente, de tipo conservador contra la ocupación de Napoleón, se organiza en Juntas Populares en España y el Imperio, por el retorno de Fernando VII al poder.