ALBERTO MEDINA MÉNDEZ | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Febrero de 2014

La genuina inclusión social

 

El vocabulario político contemporáneo  ha incorporado el concepto de "inclusión social" como una auténtica demandaque recorre el planeta con diferente éxito.
La demagogia populista de este tiempo, con sus matices, intenta darle un sesgo a esa definición, un contenido que posibilite la confiscación del término, aunque su ineficacia e hipocresía manifiesta se están ocupando a diario de colocar las cosas en su justo lugar.
Utilizan este supuesto simpático recurso dialéctico para oponerlo como contrapunto a la exclusión. Construyen entonces un enemigo virtual y lo describen como ese sector de la sociedad que deliberadamente fomenta la existencia de marginados por estricta conveniencia.
En realidad, los que desean que eso suceda, son los mismos que esbozan ese discurso. Precisan de los excluidos para utilizarlos como rebaño. La tarea consiste en entregar donativos, repartir favoresy distribuir subsidios, aunque se esmeran en presentar estas sombrías prácticas como ayudas, auxilios o compensaciones.
Lo que no dicen es que la gente tiene derecho a la posibilidad de ganarse con dignidad su sustento. No necesita de canallas que le regalen nada, mucho menos si lo hacen con recursos del resto de los ciudadanos a los que previamente han saqueado, quitándoles coercitivamente una parte importante del fruto de su esfuerzo y apelando para ese deplorable objetivo a su infinito arsenal de impuestos.
No se protege a los pobres regalándoles dinero a cambio de ningún esfuerzo. No se defiende a un ciudadano haciéndolo sentir un inútil, alguien que solo puede recibir limosnas porque no sirve para nada. Con ese método se humilla, degrada y condena a un ser humano a un nivel de dependencia del resto de la sociedad, que nadie merece. Esa dinámicano es casual. Ha sido especialmente diseñada y no precisamente por sensibles dirigentes, sino por perversos estrategas que pretenden establecer un vínculo político con ese sector postergado de la sociedad, sometiéndolo por tiempo indefinido para cumplir con sus propias metas electorales.
Los que menos tienen solo necesitan una oportunidad para desarrollarse por ellos mismos. Si los gobiernos y las sociedades pretenden realmente asistir porque entienden que esa es su obligación moral o por mera solidaridad humanitaria, lo mejor que pueden hacer es dedicarse a romper con ese círculo vicioso que no permite prosperidad y que sentencia a muchos a una atroz pobreza crónica.
El camino que se debe recorrer es más difícil que la retorcida fantasía que formula el populismo moderno. Hacer las cosas bien implica sortear un sendero plagado de escollos, sinsabores e incertidumbre, pero no existe otro modo sensato para lograr una genuina inclusión social.

Fuente: Infobae

albertomedinamendez@gmail.com