ALBERTO MEDINA MÉNDEZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 10 de Febrero de 2014

Emisión e inflación

 

Negar  la estrecha relación entre emisión monetaria e inflación ya no resulta razonable. Los dirigentes y los economistas lo saben. Sin embargo, la política contemporánea prefiere brindar una infantil e incorrecta descripción del problema. Sus intelectuales y técnicos se ocupan de darle contenido a la gran mentira, manoseando números, aportando rebuscados razonamientos y manipulando hechos aislados que hagan posible su interpretación.

Instigan a la ciudadanía para que ataque a los supuestos culpables, con escraches y campañas de hostigamiento que erosionen el prestigio de las empresas hasta el punto de personalizar el embate señalando a los enemigos públicos como si fueran los verdaderos generadores de inflación. Ellos saben que no es cierto, lo que los convierte además en cínicos.

Si por un momento se aceptara su disparatada versión y la inflación fuera realmente engendrada por otros y no por la insensata emisión de moneda que ellos mismos instrumentan cotidianamente, cabría reclamarles entonces una decisión que resultaría tan simple como efectiva para resolver las dificultades del planeta. Si la emisión monetaria no explica la inflación pues entonces podrían crear dinero ilimitado para todos, repartiendo millones entre los ciudadanos y así acabar definitivamente con la pobreza. En ese mundo de ilusión se podría dejar de trabajar y dedicar todo el tiempo al ocio, ya que el dinero fluiría mágicamente desde las arcas del Banco Central hacia las personas, sin esfuerzo alguno. Todos serían ricos. Pero en realidad no lo hacen porque la emisión genera inflación y ellos lo saben. Este lineal razonamiento refuta cualquiera de sus retorcidas teorías.

A algunos les resulta más fácil ignorar las verdaderas causas de los problemas que enfrentarlas. Evadirse de la realidad es un mecanismo habitual, más aun cuando comprender el fondo de la cuestión implica admitir responsabilidades propias.  La clase política conoce esta dinámica al detalle y con gran hipocresía la aprovecha. Lo hace a sabiendas, asumiendo que es el único modo que conoce de hacer política, llegar al poder y disfrutarlo. Los políticos prefieren hacerse los distraídos. Lo que preocupa es que la gente sea funcional a la mentira y se deje engañar ya no por falta de explicaciones, sino porque el diagnóstico ofrecido importa hacerse cargo y obrar en consecuencia.

A estas alturas ya no es ignorancia sino solo el deseo de vivir una fantasía. Hasta que la sociedad no exija que el Estado deje de gastar mucho y mal, los gobiernos seguirán recurriendo al saqueo sistemático vía impuestos, quedándose con una parte del esfuerzo de los individuos, endeudándose y apelando a la máquina de fabricar dinero para cubrir sus despilfarros.