ALBERTO MEDINA MÉNDEZ | El Nuevo Siglo
Jueves, 26 de Septiembre de 2013

Una discusión extemporánea

El debate sobre la despenalización de las drogas sigue teniendo plena vigencia, pero la controversia en el tiempo viene quedando fuera de sintonía. Indudablemente se trata de un asunto complejo, con múltiples facetas. Es fácil caer en lugares comunes, el intercambio de débiles argumentos y el infaltable fatalismo al que la sensibilidad del tema convoca.
La inacción y la reacción tardíashan generado una inexorable elección social. Cuandono se toman decisiones, también se resuelve. La omisión implica una postura que tiene irremediables consecuencias y no como suponen algunos, que la espera puede resultar gratuita.
Los críticos de la despenalización dicen que su implementación aumentará el consumo y aseveran que esto será más contundente en los más jóvenes. No parece razonable creer que la mera legalización creará nuevos adictos, ni hará que los actuales aumenten sus dosis. Los mercados ilegales son muy eficientes en la distribución y suponer que la norma les pone límites es no entender al mercado. Por otra parte, no existen personas decididas a usar drogas que ya no lo hayan hecho, solo por la amenaza legal. Hoy quien quiere consumir lo hace, incluidos los adolescentes. La barrera de acceso no es la ley que lo prohíbe.
La contracara de este fenómenoes que las legislaciones que criminalizan el consumo, arrojan a los individuos adictos a una estigmatización social y al mismo tiempo, les impiden la posibilidad de ser contenidos dentro del sistema de salud para su recuperación. Si se quiere reducir el consumode drogas no se debe combatir la oferta sino desalentar la demanda, y esto parece difícil de refutar frente a la abultada evidencia al respecto. Mientras existan interesados en consumirlas no habrá política que pueda impedir a la oferta cumplir la parte que le toca.
No menos importante es dar el debate moral sobre la libertad de cada individuo para elegir su destino, lo que incluye la posibilidad de hacer algo inconveniente para sí mismo. De eso se trata, de la libertad como valor fundamental y el derecho a la vida como eje central.
Se podrán elegir políticas graduales o más duras, de mayor o menor intervención, pero no se evitará que la humanidad coexista con sus adicciones. A lo sumo ira mutando de unas a otras. Creer en algo diferente es desconocer la esencia del individuo y sus eternas debilidades.
Abundan argumentos desde muchas aristas para avanzar en el intercambio de ideas, pero si no se comprende que el presente muestra que se convive ya con las peores consecuencias de la despenalización y con los más repudiables defectos de la criminalización, seguirá siendo esta una discusión extemporánea.