ALEJANDRA FIERRO | El Nuevo Siglo
Sábado, 19 de Julio de 2014

PAÍS DE CONTRADICCIONES

Fútbol y sociedad

“Celebramos nuestra colombianidad agrediendo a la misma Colombia”

PASADA  la emoción del mundial de estos últimas meses,  que ha tenido a los ciudadanos colombianos pendientes y opinando sobre el país en el que viven, vale la pena evaluar el significado de las manifestaciones más comunes en la que hubo una fuerte avalancha de opinión.

Si bien el apoyo a la selección de futbol ha encendido el sentido de pertenencia de la gran mayoría de los colombianos, la fiebre amarilla ha servido también para despertar un cierto grado de inconformismo. Orgullo, admiración, respeto y agradecimiento han sido las expresiones más comunes que los ciudadanos han usado al referirse a lo que el desempeño de la selección en el mundial les ha generado. Sin embargo, también han aparecido en distintos medios de comunicación opiniones que resaltan una gran contradicción. ¿Cómo podemos ser orgullosamente colombianos cuando nuestro desempeño ciudadano es tan insuficiente, por no decir, reprochable?

La imposición de la ley seca para regular el comportamiento en las celebraciones es una gran evidencia de la “esquizofrenia” colombiana. Celebramos nuestra colombianidad agrediendo a la misma Colombia. Aunque en otros países también se registraron disturbios en las celebraciones, es importante resaltar que nuestro país tiene ya una larga trayectoria en este tipo de violencia y que justo el recurso de la ley, surge como resultado de una incapacidad social de auto regulación y no de coyunturas específicas.

No solo lo referido a las celebraciones refleja el grado de contradicción en el cual vivimos. Ver un equipo trabajando unido y haciendo las cosas bien, cómo lo hizo el colombiano en este mundial, sirvió como medio de contraste para poner en evidencia el origen de gran parte de nuestros problemas: el juego sucio.

Un fenómeno muy interesante que tuvo lugar en las redes sociales y que vale la pena analizar a fondo es el repentino brote de honestidad y la exacerbada susceptibilidad que frente a cualquier comentario en contra de Colombia se generó. Si bien, como colombianos estamos acostumbrados a ser asociados con la producción de drogas y no tenemos problema alguno con contar y recontar la historia del narcotráfico en telenovelas que estamos ansiosos por exportar, la reacción frente a los chistes que asociaban a la selección con la droga fue inversamente proporcional al grado de tolerancia que frente al tema comúnmente tenemos.

También ocurrió lo mismo con comentarios que asociaban a la selección con la cruda realidad colombiana. Aún cuando es para todos evidente que de la burocracia e ineficiencia del sistema colombiano no se salva nadie, por más goles que haya tapado en la vida, repentinamente se convirtió en una terrible ofensa recordar esta realidad. Súbitamente, Colombia era perfecta y por lo tanto, apelar a la realidad equivalía no sólo a despertar del sueño, sino a ofender en lo más profundo de su ser a una identidad nacional nunca antes vista.

Estos y muchos otros fenómenos vividos en los pasados meses dejan grandes tareas para los investigadores y comunicadores sociales, que se han planteado preguntas en torno a lo que significa ser colombiano y a aquellos que tienen en sus manos la responsabilidad de orientar la opinión pública o de liderar procesos de construcción de identidad.