Reminiscencia y memoria
Para la filosofía como conocimiento de las causas primeras y de los fines últimos, siempre ha sido un enigma el origen del conocimiento humano. Por qué somos capaces de reconocer y descubrir la lógica intrínseca del universo y de la realidad que nos circunda es una de las cuestiones sobre las que la filosofía, a lo largo de toda la historia ha indagado y especulado. Sin duda, el reconocimiento de las facultades superiores, inteligencia y voluntad, ha constituido la base para toda la investigación en torno del misterio del hombre y, en no pocas ocasiones, tanto la razón como la voluntad de poder han sido exaltadas como clave para resolver dicho misterio. Sistemas filosóficos como el de Hegel que afirma que “todo lo racional es real y todo lo real es racional” o el de Nietzsche que defiende la voluntad de poder como el objeto y fin de la vida del hombre, han sido profundamente influyentes en la configuración de la autocomprensión del ser humano hace ya varios siglos.
Sin embrago, desde la antigua Grecia, se consideró que tanto la razón como la capacidad de acción humana, no tienen sentido ni dirección si no están apoyadas en la memoria. Para Platón, el cosmos ordenado puede ser reconocido por el hombre justamente por vía de reminiscencia, al recordar su estado perfecto cuando, en lugar de estar atrapado por el cuerpo y engañado por lo mundano, habitaba el mundo perfecto de las ideas. El recuerdo comparece como clave de comprensión y como orientador de las acciones humanas. Con San Agustín, la memoria comienza a ser comprendida y estudiada como la tercera de las facultades humanas. Para el pensador africano, la memoria, no sólo es el apoyo para el entendimiento y la voluntad, sino que pasa a constituirse como clave en la relación que el hombre puede llegar a establecer con Dios, pues, como en el sistema platónico, los hombres han habitado previamente el mundo perfecto -en el caso de Agustín, han sido pensados por Dios- y por lo tanto, tienen posibilidad de recordar algo de dicho estado.
Estas aproximaciones al misterio de la memoria no comparecen en el actual modo de estudiar y comprender este tema. La memoria se limita, como proceso psicológico, al almacenamiento de datos útiles para una adecuada configuración del mundo. Aun en las aproximaciones que la historia ha hecho al concepto de memoria para resaltar su importancia en la construcción de la identidad nacional, por ejemplo, se las entiende como capacidad para recordar sucesos y hechos simplemente.
Pero el planteamiento filosófico arriba explicado no se limita a esta comprensión sino que justamente alude a la posibilidad, no de recordar lo que hemos hecho, sino de recordar lo que somos. La memoria como clave en la autocomprensión no funciona como un registro de datos, sino como una poderosa herramienta para reconocer quiénes somos y por qué actuamos como actuamos. Recordar supone la reconstrucción interpretativa de nuestras experiencias en las que no solo se pone en juego el entramado de conocimientos y acciones que constituyen nuestra vida, sino tal vez y de modo contundente, algún retazo de aquel mundo perfecto en el que fuimos alguna vez pensados.