ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 29 de Octubre de 2011

¿Qué pasa en Colombia?

 

 

Este  fin de semana los colombianos tenemos la tarea de elegir nuestros gobernantes. Coincide el evento electoral con una nueva ola invernal que ya va cobrando víctimas y que hasta ahora no ha hecho más que comenzar. A pesar de esto, la atención de los medios de comunicación está centrada en las propuestas de los candidatos y en los escándalos de corrupción que rodean a algunos de ellos. Son millones de pesos los que se han invertido tanto en las campañas, como en el despliegue mediático que las acompaña. Y mientras tanto Colombia entera hace aguas.

¿Qué pasa en Colombia? ¿Acaso alguien tiene idea de los motivos por los cuales somos capaces de soportar indolentemente esta doble realidad? Múltiples las teorías que intentan explicar nuestra condición. Las razones que esgrimen van desde lo económico hasta lo social buscando métodos, políticas e instrumentos que ayuden a resolver la situación de crisis. Sin embargo, los modelos que intentan aplicar por lo general son importados y desconocen factores locales que, al parecer, tendrían la clave de interpretación. Tanto políticos como investigadores se encuentran con un nudo ciego en el momento de querer comprender la raíz de los problemas, porque se enfrentan a un pueblo que no se conoce a sí mismo. Es este desconocimiento el que hace imposible la viabilidad del país.

Estamos en frente de un grave problema de identidad que comienza en el reconocimiento que cada persona tiene de sí misma. La identidad de un pueblo se apoya en la identidad de las personas que lo componen y si el mapa vital que cada una de ellas debe tener no está ni siquiera esbozado, mucho menos se podrá tener claridad en la orientación de las políticas que rigen el país.

¿Cuales son las fuentes de las identidades individuales y colectivas? Dejando de lado las múltiples vías de construcción que los estudios sociales han vislumbrado en el rescate de la tradición y en la reafirmación de las costumbres de los pueblos -que, valga decirlo, son supremamente valiosas-, es importante considerar que sin una consolidada auto-interpretación, se hace imposible para las personas reconocerse en los fenómenos culturales y sociales que la circundan. Esta auto-interpretación supone, entre otras cosas, una buena educación, en otras palabras, contar con los elementos que le permiten comprenderse a sí mismo y con ello tener medianamente claro de qué se trata vivir en sociedad.

Si de lo que se trata de interpretar correctamente qué es lo que pasa en nuestro país es necesaria y urgente una herramienta hermenéutica adecuada que no se limite al ámbito teórico sino que quede a la mano de la población común y corriente, es decir, al 80% de la población colombiana. Esta herramienta no es la educación técnica como algunos han pensado; es, así suene pasado de moda, la educación en las humanidades. Esto quiere decir, una educación que tenga como centro la capacidad humana de autocomprensión y por tanto de diálogo y aceptación de los demás. Esta educación ha quedado opacada por la moda de la educación de calidad que busca simplemente sofisticar los procesos técnicos, pero que descuida de manera radical la tarea que supone el descubrimiento de la propia identidad.