ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD. | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Agosto de 2013

Agenda pobre

Basta  revisar brevemente la agenda política de países como Estados Unidos y Alemania para darse cuenta de que los temas que la conforman carecen de puntos referidos a la igualdad. El hecho de que los países desarrollados hayan alcanzado hace ya varias décadas una cierta igualdad social ha derivado en una disminución del interés por los asuntos que implican el bien común. Las agendas ahora se concentran en legislar y gobernar los asuntos individuales de modo que se  fomente el libre desarrollo de la personalidad.

La filósofa Lourdes Flamarique, quien visita este mes la Universidad de La Sabana y que ha ofrecido una conferencia sobre la cultura emocional, ha llamado a este fenómeno “el remplazo del relato de la igualdad por el de la autenticidad”. En el análisis que presenta la Dra. Flamarique se pueden rastrear los motivos y consecuencias que esta transformación ha tenido en el ámbito político. Enfrentamos hoy el auge de las emociones como parámetro de acción y de juicio, no solo en asuntos personales sino en la esfera pública. Por lo tanto la política se ha visto imbuida en dicha cultura emocional en tal grado que la participación de la sociedad está determinada por el sentir de un modo radical. Todo aquello que exija reflexión racional queda relegado al plano de lo no importante, por aburrido. La participación política de los ciudadanos apela a la afectividad, de modo que aquello que no genera sentimientos ya no encaja como tema relevante. La solidaridad que hoy vivimos está apoyada sobre pilares afectivos que son fomentados y difundidos, en su gran mayoría, por las redes sociales.

El cambio de relatos -de la igualdad a la autenticidad- queda en evidencia al observar las agendas políticas de los gobiernos de izquierda, sobre todo. Cuando se pierde la bandera de la igualdad porque ya se ha conseguido tal fin (en los países desarrollados), queda como tema central la defensa de las individualidades y el despliegue de las “autenticidades”. Así se entiende que figure como prioridad la prohibición de las corridas de toros, la legalización de las uniones homosexuales, y la calidad de la telefonía celular.

Ya de por sí es vergonzoso que los países desarrollados prioricen estos asuntos frente al bien común. Pero ¿qué podemos decir de los países en vías de desarrollo que aún no han alcanzado, ni en una mínima proporción, la igualdad social? Que la esfera pública esté ya completamente impregnada de intereses emocionales e individuales y que nuestros gobernantes se concentren en estos asuntos, descuidando descaradamente el bien común, es algo que nos debe hacer pensar.

Este hecho pone en evidencia la poca libertad con la que se gobierna en estas latitudes, pues queda claro que los asuntos de las agendas políticas no son los que preocupan a la población sino los que son impuestos por organismos internacionales, o copiados, sin previa reflexión, por los partidos políticos que persiguen popularidad.

Para nuestro país la tarea es doble. Por un lado necesitamos asumir en serio  el relato de la igualdad, y por otro, estar atentos a no caer en los espejismos ideologizantes que han llevado a países igualitarios a enfrentar profundas crisis sociales y económicas.