ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 16 de Noviembre de 2013

¿Para qué estamos educando?

 

Considero que es cada vez más notorio, para los tiempos que corren, el callejón sin salida al que nos ha llevado el esquema educativo asumido por Occidente desde hace un par de siglos. El impulso del desarrollo científico, la ilustración y el sistema capitalista están llegando a su fin. La inercia de aquel terremoto aún se imprime en los actuales esfuerzos, pero no deja de ser recibida con temor, con el recelo de aquel que percibe con más fuerza las espinas que la rosa.

Esta realidad me toca de modo profundo por dos lados, pues el destino me ha llevado a la docencia y a la maternidad. Tanto en la profesión como en la vida me dedico a la educación y debo confesar que estoy herida. El dolor proviene de constatar por dos vías que la ruta que la educación ha tomado, en lugar de formar seres humanos con capacidad crítica, creatividad y “competencias” sociales básicas como el mutuo apoyo y la preocupación por el bien común, está arrojando al mundo personas asustadas, temerosas de decir lo que piensan, de proponer ideas nuevas y por lo tanto, acostumbradas a la mediocridad, resignadas a buscar “la respuesta correcta”.

En este instante tengo acceso, por dos vías, al inicio y el final del proceso de educación básica en Colombia. Por un lado he tenido que elegir una institución educativa para mi hija. Esto ha supuesto revisar la oferta y buscar algo que se corresponda con lo que como familia consideramos prioritario. Por otro, recibo en una institución universitaria los aspirantes a una carrera profesional. Es duro decirlo, pero en los dos procesos encuentro más obstáculos que oportunidades.

Para los padres que han visto el despliegue de la vida en sus hijos, la entrada al colegio supone muchas veces, más que el encuentro de un nuevo espacio, el inicio de los problemas. Hemos asumido que educar consiste en adiestrar para encajar en un sistema, -no importa si éste es bueno y favorable para la humanidad-. Ante una personalidad distinta la triste realidad es que la mayoría de los colegios, no saben qué hacer. De allí el inusitado auge de las mil y un terapias, los diagnósticos cada vez más sofisticados de problemas de aprendizaje y la perplejidad ante unas generaciones que ya no responden al esquema educativo asumido.

Lo triste es que a falta de alternativas, no queda más remedio que la resignación. El resultado es aún más escalofriante, pues aquellas mentecitas despiertas que sorprendían a las familias en sus primeros años de vida terminan convertidos en poco más que autómatas, acostumbrados a responder, no motivados por la búsqueda de la verdad, sino sólo esperando el premio, la recompensa, que si es material tanto mejor. El panorama de la vida universitaria es desolador, pues ¿qué esperanzas hay frente a jóvenes a quienes no interesa el conocimiento?

Desde luego, y a Dios gracias, hay excepciones. También es de agradecer que muchos colegios intenten responder de nuevo la pregunta ¿para qué estamos educando? y aparezcan en el panorama nacional esquemas educativos que  tengan como meta formar seres humanos inquietos y creativos, capaces de poner primero a los demás y trabajar, de manera sincera y comprometida, por el bien común.