ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Abril de 2014

De dioses, bestias y humanos

 

Prefiero  escribir sobre los temas cuando han dejado de ser la noticia de primera plana. Cuando los hechos están en pleno furor prima la irracionalidad. Se confunden los sentimientos con las ideas y como consecuencia, no es posible entender lo que está pasando. Para ver el cuadro en su totalidad es necesario tomar distancia, esperar a que los sentimientos y emociones se decanten.

Desde la reflexión pausada quiero presentar mi opinión sobre los ataques con ácido. Todos estamos de acuerdo con que este acto contiene una maldad que rompe todo límite. La maldad tiene también su normatividad. Quien roba, sabe que está haciendo algo malo y procura que su acto delictivo se limite a una sola infracción. Espera no ser visto, diseña una estrategia que evite vincular a otros en su hecho y procura (ingenuamente) no obtener efectos secundarios negativos. El atracador, por ejemplo, amenaza esperando que con dicha advertencia no tenga que usar su arma. El sicario, que tiene como encargo ya no quitarle sólo cosas al otro sino la propia vida, procura un “crimen limpio”. Esto implica, no dejar herida a la víctima. Se prefiere una acción rápida y acertada, que elimine al otro de modo inmediato y sin dolor. Dentro de la crudeza de lo anterior, se puede vislumbrar, sin embargo, una cierta precaución. Por más que el ser humano sea capaz de mal y haya pactado con él, procura ponerle límite. 

Pero cuando analizamos los ataques con ácido es justa esta “normatividad” del mal la que se desdibuja por completo. ¿Cómo alguien es capaz de un mal que no tiene como fin algún tipo de bien? De alguna manera, los crímenes más atroces de la humanidad han sido cometidos dentro de un plan que contiene fines. Basta con pensar en las Torres Gemelas o el Holocausto Nazi para entender de qué estamos hablando. Por más absurdo que nos parezca, esos horrores fueron realizados por personas que pensaban estar haciendo algo bueno. El fin los cegó de tal manera que fueron capaces de una gran maldad, pero en sus mentes, estaba justificada. Quien ataca a otro con la única finalidad de hacerle algo malo y no pretende conseguir nada más con su acción que producirle un tipo de sufrimiento atroz del cual no podrá liberarse el resto de sus días, está por fuera de todo límite, está por fuera de la humanidad.

El agresor de Natalia Ponce es fruto del proceso de deshumanización que vivimos. Es fruto de todas las acciones y decisiones que los seres humanos hemos hecho frente a la sociedad.

Claramente Jonathan Vega está enfermo. Esto no lo excusa de su crimen ni mucho menos, pero sí explica su acción. Este caso nos sirve para entender cual es esa enfermedad, de dónde viene, por qué da, y por qué él no es la única persona que ha atacado de ese modo a otro. Hay muchos Jonathan Vega, muchos dioses, muchas bestias, que han terminado por perder su humanidad al no tener un lugar en el mundo.

Y otra gran lección podría ser entender que esto va a seguir pasando. Cada vez es más probable este tipo de comportamiento. El individualismo creciente, sobre todo en la cultura colombiana, es la causa número uno de este deterioro social. Todos somos culpables de este y otros crímenes similares. Si no le apostamos a la humanidad, es decir, a la sociedad, no tenemos más opción que vivir entre dioses y entre bestias.