ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 14 de Abril de 2012

Ejercer de ingeniero

 

El ejercicio de la profesión de la ingeniería desde los tiempos en los cuales el joven profesional, armado únicamente de su diploma y de su matrícula, se enfrentaba al mundo lleno de ilusiones y de coraje, ha cambiado en los últimos 50 años.

Sigue siendo un esfuerzo grande para el estudiante y para su familia transitar por las aulas universitarias luego de haber cumplido con el requisito “sine qua non” como es el de ser bachiller. El cambio y la metodología de estudios de los planteles de bachillerato a los de educación superior, no dejan de ser bastante radicales. En tanto que en el colegio la exigencia es diaria, con formaciones, filas, etc. en la universidad eso queda al arbitrio del estudiante. Empezando por los horarios que en el primero es severo, en el otro absolutamente flexibles cuyo cumplimiento queda al honor y a la voluntad del estudiante. Debe ser por esta razón que la “mortandad” estudiantil en el primer año es alta. En mis épocas, por lo menos, una asignatura se podía perder o por mal rendimiento académico o por falta de asistencia a las clases. Cualquiera de las dos faltas convertía al estudiante en repitente. Situación que no se podía prolongar en forma indefinida pues existía la llamada en el argot estudiantil “la ley de vagancia”. Quien fuera reprobado más de dos veces en una materia quedaba por fuera de la universidad. Lamentablemente esa norma parece que se abolió en la U. Nacional, lo que hizo que proliferaran los “estudiantes crónicos”. Lo que quiero significar es que superar todas esas normas y tener aceptables rendimientos académicos, hacen del estudiante un flamante profesional que armado con su diploma, lo que éste significa en materia de conocimientos y regla de cálculo que era el gran avance que se había logrado para cálculos rápidos, se enfrente al ejercicio profesional.

La perspectiva era o ir a estudiar al exterior o conseguir empleo en el sector público o privado. Allí se obtenía la experiencia que existe entre la teoría y la práctica. El mayor y mejor empleador era el Estado. Si se optaba por incursionar como contratista, en la práctica se convertía en socio industrial de una empresa de construcción en la cual el socio capitalista era el Estado; en esta asociación las ganancias o pérdidas cuando las había eran del socio industrial. Los recursos presupuestales no alcanzaban ni para todas las empresas ni todas las necesidades del país. Las sociedades así formadas eran más de trabajo que de capital. Pero las angustias de disponibilidad de recursos del Estado para la tarea de dotar al país de la infraestructura para su desarrollo ha ido convirtiendo a las empresas de construcción antes de trabajo, en fuente de financiación de obras públicas. En ese sentido han dado un gran paso como es el de acudir a financiaciones como la emisión de bonos para obtener recursos. Más ahora, cuando la institucionalización de los anticipos se está acabando. Además el Estado, consciente de sus limitaciones además de hacer las obras por concesión, acepta que los particulares presenten iniciativas para la ejecución de obras cuyos estudios, ejecución y financiación sea de éstos. En fin, la manera de ejercer la profesión ha sufrido transformaciones que requieren habilidades especiales, contribuirán a llenar necesidades del país y ayudarán a dotar a la nación de la infraestructura física que necesita.