ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Mayo de 2012

¿Remedio peor que la enfermedad?

 

Cuando una ciudad crece se pone en evidencia la necesidad de movilizarse de un lado a otro. La primera posibilidad es la de utilizar su propia potencia motriz, como quien dice hacer uso de la infantería, que es la fuerza del ejército que va a pie. Sin embargo, como lo señala Alven Toffler en su famoso libro El Shock del Futuro, la velocidad de movilización del hombre sobre la faz de la tierra por mucho tiempo no superó a aquella que le podía proporcionar su fiel amigo, el caballo, que se utilizó no solamente con jinete a bordo, sino que se le ungió a vehículos tirados por ellos que en los Estados Unidos se llamaron las diligencias.

Bogotá no fue ajena a este sistema de movilización; todavía se ven fotografías de los tranvías halados por mulas que hicieron fácil el transporte de una parte a otra de la ciudad. A este medio lo sucedieron los tranvías una vez se descubrió la energía eléctrica capaz de producir movimiento. Así nuestra capital contó con un sistema de tranvías que sirvió, no sólo para la movilización de los bogotanos, sino que fue instrumento “sine qua non” del crecimiento y desarrollo de la ciudad. Las señoras bogotanas aún dicen, cuando tienen que trasladarse de un sector del norte de la ciudad al centro de la misma, me voy para Bogotá, para distinguir el viaje que tenían que emprender a hacer sus compras, pues el comercio estaba instalado en el centro como quien dice de la calle 26 hacia el sur. Esto significaba en esa época una dicotomía entre los sectores del norte con el centro, que es el sector histórico en donde el adelantado Jiménez de Quesada dispuso fundar a esta linda capital. Este sistema desapareció por la destrucción que de él hicieron las hordas desbordadas el 9 de abril de 1948.

Pero la invención del motor de explosión interna incorporado a la posibilidad de instalarlo en vehículos cuyo promotor fue Henry Ford, no dejó de sentirse en Bogotá, Así se fueron trayendo estos vehículos, no únicamente para uso individual, sino que comenzaron a circular los buses. A estos los complementaron los troles que a cambio de los motores de explosión interna, utilizaron motores eléctricos los cuales eran alimentados por líneas de transmisión; no contaminaban el ambiente, pues no empleaban combustibles fósiles. No se tuvo en cuenta que los motores eléctricos excedían notablemente en peso a los otros y al cabo de poco tiempo las vías por las cuales circularon fueron totalmente destruidas por lo cual hubo necesidad de incurrir en altos gastos de reparación y finalmente fueron abandonados.

Se me ha ocurrido esta reflexión a raíz de la información que forma parte de la lluvia de ideas a la cual nos está acostumbrando la administración distrital, con respecto al propósito de volver a los “trolis” como se les llamó en aquella época. Resolver el problema de la movilización de los bogotanos es una idea plausible pero es necesario tener en cuenta el adagio popular: “que el remedio no resulte peor que la enfermedad”.