En el tomo II de las obras completas de Álvaro Gómez Hurtado, seleccionadas por J.E. Constaín y publicadas por la Universidad Sergio Arboleda, se encuentra el pensamiento esencial del líder conservador. Sus creencias, sus opiniones, su aversión al populismo, su concepción del Estado. Era un pensador al que le disgustaba que lo llamaran ideólogo. “Yo lo que soy es político y por eso propongo leyes y proyectos para encarar los problemas nacionales”. “La política es la forma como se cuida la patria”, dijo alguna vez.
En sus conferencias y debates campea el espíritu del Frente Nacional. Ese período ha sido uno de los momentos estelares de Colombia. Sus mandatarios y dirigentes suscitaban admiración y adhesión. El Frente Nacional cumplió su objetivo: acabar con la lucha violenta entre liberales y conservadores. Sus avances en crecimiento económico, educación y salud son reconocidos. Juzgarlo con los arquetipos del presente es una ligereza. Laureano y Álvaro con Alberto Lleras lo concibieron y practicaron. Por eso, Constaín no encuentra explicación al señalamiento de sectarios y violentos que se le hace a los adalides azules, los únicos a quienes se les cobró su beligerancia en la época “en que todos éramos culpables”.
En mi memoria de esos días encuentro algunos episodios que tal vez alimentaron esa injusta narrativa. Cuando Laureano regresaba del exilio como el héroe de la concordia nacional, y le había dicho a Alberto Lleras que para afianzar el Frente Civil había “que perdonarlo todo”, en la convención conservadora que lo recibió en Cali resurgió el hombre binario de que habla Constaín. No perdonó a los conservadores que habían colaborado con Rojas Pinilla, y lanzó el dilema que dividió por décadas al Partido Conservador: Oro y Escoria. Meses adelante, cabalgando sobre el triunfo en las elecciones para Congreso, trastocó el orden presidencial acordado y señaló a Alberto Lleras como el primer presidente del Frente Nacional. Desde Paletará, Guillermo León Valencia empezó a planear su venganza. Ospina Pérez y Gilberto Alzate se organizaron para la nueva lucha. El Conservatismo, resentido con el caudillo, lo derrotó en las elecciones de 1960. “Se rompió la tenaza”, fue el título de La República que leí con incredulidad.
Ese resultado obligó al presidente Lleras Camargo a recomponer el gabinete Conservador con mayoría Ospino-Alzatista. El laureanismo se retiró del gobierno. Lo que consideraron deslealtad del presidente lo registró El Siglo en el editorial: “Frondisi no traicionó a sus amigos”, haciendo referencia a la solidaridad del presidente argentino con quienes lo eligieron. Enfrentarse al coautor del Frente Nacional tuvo ingratas consecuencias en la vida de Álvaro.
Como para completar el coro de sus adversarios, el laureanismo se opuso a la designatura de Carlos Lleras Restrepo, quien fue elegido fácilmente. Belisario votó por Lleras Restrepo. Posteriormente, cuando el presidente Lleras le ofreció a Álvaro Gómez el Ministerio de Agricultura, Lleras Restrepo se opuso con toda la furia de su carácter. El Torpedo, como se le llamó al episodio, sería un arma política de largo alcance que, lanzado desde la plataforma de El Tiempo, evitaría que a la Presidencia de Colombia llegara el más apto de nuestros compatriotas: Álvaro Gómez Hurtado.
La lista de Álvaro para la Constituyente del 91 fue un noble gesto de reconciliación con los adversarios del pasado. En fin, a Álvaro le fue esquiva la victoria pero no la grandeza.