El coronel Hernán Mejía Gutiérrez fue condecorado en abril de 1999 como el “mejor soldado de América”. Estuvo como comandante en el Cesar, donde en su campaña contra las Farc y las Autodefensas perdió 23 hombres y tuvo 62 heridos, pero liberó al departamento de los retenes, los secuestros, las extorsiones y la violencia. Pero un día, en enero de 2007, el ministro de defensa, Juan Manuel Santos, lo presentó como “un alto oficial con vínculos con el Bloque Norte de las Autodefensas de Jorge 40”. Las Farc empezaron a pasarle factura por su labor en el Cesar. En su libro “Me niego a arrodillarme” (Oveja Negra, Bogotá, 2015) el coronel denuncia con nombre propio -Santos, Sergio Jaramillo y altos oficiales de las Fuerzas Armadas- a quienes con falsos testigos lo llevaron a ser condenado a 19 años de cárcel.
Al final de su libro, el coronel menciona que en 1999, pocos días después de ser premiado como el mejor soldado de América, su hermano Misael fue secuestrado, torturado y asesinado, y su cadáver encontrado con un letrero que decía: “Otro premio para el mejor combatiente de Colombia, Farc EP”. Nunca progresó una investigación sobre este atroz crimen. En el 2002, su cuñado, Marco Tulio Pérez, fue secuestrado por los frentes 41 y 59 de las Farc. Su familia se arruinó tratando de reunir 3 millones dólares para pagar su rescate. Las Farc, sin embargo, exigieron que el dinero fuera entregado por el hijo del secuestrado. Lo soltaron pero secuestraron al mensajero por más de un año.
En el 2005 fue apresado el coronel Juan Carlos Mejía, su hermano, en un juicio cuyo fiscal era un exintegrante del ELN que, de contera, fue el mismo que validó, como coordinador de Derechos Humanos, las acciones contra el coronel Hernán Mejía que culminaron con su condena y su traslado a una celda que comparte con otro coronel en una cárcel militar en el batallón de artillería en el sur de Bogotá. La Corte Suprema reconoció, en 2012, la inocencia de Juan Carlos y le restituyó su grado, su cargo y sus haberes, pero nunca “su honor, ni el tiempo de humillaciones en prisión, ni el sufrimiento de su familia.”
El título del libro –“Me niego a arrodillarme”- dice mucho de la actitud de este oficial pundonoroso qué heroicamente arriesgó su vida en muchas ocasiones, frente a la justicia y a las maniobras políticas de las Farc y los altos funcionarios que lo llevaron a semejante situación. Como el coronel Mejía hay más de 1.500 oficiales y soldados purgando cárcel por crímenes que no cometieron, acusados por falsos testigos que se pusieron de moda desde la época del fiscal Iguarán.
Se acaba de aprobar una ley de amnistía, y marcha la creación del sistema de justicia transicional para que los autores de los crímenes más atroces, como el asesinato de Misael Mejía y el secuestro de Marco Tulio Pérez y de su hijo, no paguen cárcel.
Pero si el Gobierno espera que los militares, para beneficiarse de la “justicia” transicional, confiesen crímenes que no cometieron, van a tropezarse con un “me niego a arrodillarme” de hombres limpios, dignos y valientes.