“¿Es el amor una inclinación? No. Es un estado, es un estado del espíritu, el estado del espíritu, la posición del espíritu, el estado más abarcador del espíritu”, reflexiona Peter Handke en su hermoso texto Junto a la ventana en la roca por la mañana y yo lo recito mientras recorro la Avenida Miramar en búsqueda del Puente Román que conecta la isla de Manga, en donde ahora habito, con la Calle Larga que me lleva a mi lugar de trabajo en esta Cartagena que ahora como residente se me hace enigmática e insondable.
Quizás porque soy un poco jipi o porque nunca dejé de serlo, o tal vez porque mis sucesivas deconstrucciones lo revelaron así, o de pronto porque nací en los años sesenta del siglo pasado y conservo intacto el espíritu de la década que me tocó en suerte cuando las utopías se paseaban por la calle en minifalda y Love me do les permitía a The Quarry Men estrenar el nombre que los convertiría en inmortales: The Beatles, es que estoy convencida de que el amor lo es todo, en todos los ámbitos en los que uno se mueve: la casa, el barrio, la ciudad, el trabajo…
O tal vez porque transité la infancia en una época que le hizo eco al verso del gran Walt Whitman en Canto a mí mismo: “El sostén de la creación es el amor” o porque me tocó el más grande aire fresco que la Iglesia Católica, cuya fe yo profeso, ha respirado en su vida toda: el Concilio Vaticano II, con su apertura dialogante y su convicción de que la verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad, es que creo que puede haber otras maneras de relacionarse unos con otros, incluso en el más áspero de los mundos que es el laboral.
Los sesenta marcaron mi camino. A menudo me gusta jugar a poner patas arriba a Kant y olvidar tanto deber ser. Todo lo que hay en el mundo fue nuevo alguna vez. Incluido el Amor. En esto pienso cuando me voy acercando a la Avenida San Martín. Suena mi teléfono, entra una llamada de la inefable Gabriela, cuya vida celebro y canto cada segundo del día. Tenemos hijos para aprender a amar.
Ser parte del nosotros de alguien es mi pócima para la eterna juventud, mi razón de vida, el sentido de mi ser. Es lo que trato de lograr y pregonar día tras día como mamá, como ciudadana, como experta en participación social y como Directora Nacional de Endomarketing y Experiencia de Coosalud, mi casa laboral en esta amurallada ciudad donde ahora late feroz mi corazón.