No hemos aprendido aún a amarnos a nosotros mismos. Si ya lo supiésemos, hacía rato no habría guerras y hubiésemos encontrado maneras más eficientes para resolver los conflictos.
El asunto de no saber amarnos es transgeneracional: venimos de cadenas de desamor, que precisamos reconocer, integrar y trascender para salir de los atolladeros que vivimos como humanidad. Esa herencia que arrastramos es invisible, pero no por ello inocua, pues hace mucho tiempo que tergiversamos el concepto de amor y hemos venido perpetuando las incomprensiones sobre él construidas. Esto no es motivo para juzgarnos ni para condenar a nuestros ancestros; por el contrario, ellos hicieron lo mejor que pudieron con la información que tenían, al igual que nosotros lo hacemos ahora. Así que las generaciones anteriores merecen toda nuestra honra, nuestro respeto y…sí, también nuestra sanación. Cuando reconocemos que el amor es ante todo una fuerza -la más poderosa que existe- y podemos evidenciar esa fuerza en nosotros, vamos dando un giro fundamental a la existencia.
El desamor se corresponde con la fragmentación. No nos amamos incondicionalmente, que a la larga es no amarnos, pues no nos sentimos de verdad conectados con la Fuente y porque, dicho sea de paso, tampoco la comprendemos del todo. Muchas veces seguimos aferrados a nociones de dioses castigadores e infiernos que calcinan, lo cual es absolutamente comprensible pues en este mundo experimentamos la dualidad: hay mal representado en guerras, corrupción, abusos, asesinatos; la lista sigue. Replicamos todo ello porque estamos escindidos. Por fortuna, cada vez tenemos mayor evidencia de otros estados del ser que podemos alcanzar, de otras dimensiones de existencia que nos permiten recrear aquí y ahora el mito de la caja de Pandora: luego de todos los males emergió la esperanza. Sí, personalmente tengo confianza en poder co-construir otros escenarios, de traer los cielos a la tierra. Sé que esto puede parecer absurdo durante esta coyuntura, pero creo con fe absoluta en que es posible. Las ciencias de frontera van ampliando su conocimiento sobre ello. Y para que esas realidades de luz se materialicen, necesitamos el amor incondicional.
El amor, como es fuerza, implica límites. Por eso no se trata de desconocer nuestros errores ni los ajenos, sino de enmendarlos y darnos, todos, esa posibilidad. Tenemos regulaciones sociales para ello, pero se nos suelen confundir con venganza y retaliación. Amor incondicional es reconocernos como totalidades en conexión absoluta con la Totalidad mayor, pues al superar la idea de segmentación encontramos a Dios –o como le queramos llamar- dentro de nosotros y los otros, nos asumimos como dignos de vida y podemos manifestar ese amor en pensamientos, emociones, sentimientos y acciones. Si nos vamos integrando dentro de esa Totalidad, la vida cambia…