Andrés Molano-Rojas * | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Marzo de 2016
¡Qué fallo!
 
El origen de la debacle sufrida por Colombia en La Haya el jueves pasado no es otro que la gestión que hiciera el propio Gobierno nacional del escenario post-fallo de 2012.  ¿Confió acaso en que podría hacer como si el tal fallo no existiera? ¿Creyó que inventándose un adefesio llamado “zona contigua integral” podría sustraerse indefinidamente al cumplimiento del dictamen de la Corte Internacional de Justicia? ¿Se tomó en serio, realmente, las piruetas jurídicas que puso a hacer a la Corte Constitucional para “inaplicar” esa providencia, invocando el artículo 101 de la Carta Política? ¿Pensó, de verdad, que podía calificar impunemente de “enemigo” al más importante tribunal internacional, y luego comparecer ante él sin ruborizarse siquiera?
 
¡Qué fallo!  Y no contento con eso,  sigue equivocándose ahora con la decisión de no comparecer más ante la Corte. No solo porque en ese escenario Nicaragua podría pedirle al tribunal que falle a su favor (así lo establece el artículo 53 de su Estatuto, vinculante también para Colombia), sino porque en términos puramente pragmáticos esa decisión no resuelve nada, no mejora la posición relativa de Colombia frente a Nicaragua, ni asegura mejor que otras alternativas los intereses nacionales en juego, ni mucho menos allana el camino a un arreglo directo. Más aún, le da la razón al país centroamericano: Colombia no respeta las reglas de juego y cuando no ve satisfechas sus pretensiones, intenta eludirlas o simplemente da un portazo y se va.
 
Por muy aplaudida que sea en el foro interno, semejante decisión es de una torpeza proverbial.  No multiplica, sino que disminuye las opciones estratégicas de Colombia. Pone el proceso en bandeja de plata a Nicaragua ¿y qué incentivo tendrá entonces Managua para negociar, teniendo en perspectiva dos nuevas sentencias potencialmente favorables? Además, sacrifica oportunidades de defensa jurídica. El riesgo real es este: que en unos años Colombia acabe perdiendo incluso lo que ganó en el fallo de 2012 y que hasta ahora no ha sabido valorar jurídica, geopolítica ni diplomáticamente.
 
Cuando eso ocurra no habrá conspiración china que pueda argüirse.  La culpa será exclusivamente de Colombia: por improvisar, por no tener prospectiva ni visión de largo plazo, por subordinar la estrategia a las encuestas, y por haber olvidado un principio elemental del realismo político: “Nunca se ponga en una posición de la cual no pueda retirarse sin perder prestigio, o desde la que no pueda avanzar sin incurrir en graves riesgos”. Pero ¿qué otra cosa podría esperarse?  A fin de cuentas, esto se llama Macondo. 
 
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales