ANDRÉS MOLANO ROJAS | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Octubre de 2011

Libia: ¿y ahora qué?

Ocho  meses de intensos enfrentamientos entre un heterogéneo grupo de “rebeldes” y las huestes propias y mercenarias del Gadafismo acaban de concluir con un episodio confuso, a medio camino entre el tiranicidio y la ejecución extrajudicial: el asesinato de quien fuera durante 40 años el mandamás absoluto de Libia, reconocido patrocinador del terrorismo internacional, icono global del anti-americanismo e ídolo político en diversos lugares del Tercer Mundo (especialmente en África sub-sahariana, pero también a orillas del Caribe, o en el interior de la familia de Nelson Mandela).  Ahora los “rebeldes” -convertidos hace rato en “Consejo Nacional de Transición”- proclaman la liberación del país y planean celebrar elecciones en un término de 8 meses; Obama y Clinton se felicitan, satisfechos con una operación en la que EE.UU. ha jugado un papel discreto pero cardinal, no demasiado onerosa (2.000 millones de dólares apenas) y que no se ha cobrado una sola vida estadounidense; y el Secretario General de la OTAN, por su parte, anuncia para el próximo 31 de octubre el fin de las actividades militares de la alianza, dando por cumplido el objetivo que las justificaba: la protección de la población civil frente a las agresiones del régimen.
Ese fue, en efecto, el fundamento de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que sin mencionarlo expresamente, invocaba entre líneas el principio de la Responsabilidad de Proteger, según el cual, “cuando una población está sufriendo un enorme daño, como resultado de un conflicto interno, una insurgencia, la represión o el colapso del Estado, y el Estado en cuestión no quiere o no puede contenerlo o evitarlo, el principio de no intervención cede ante la responsabilidad internacional de proteger”.
No debería olvidarse, sin embargo, que la responsabilidad de proteger comprende también la responsabilidad de reconstruir.  Ese es, ahora, el principal desafío que la compleja situación post-Gadafi plantea a la comunidad internacional. Especialmente si se tiene en cuenta que en Libia el único factor aglutinante de la oposición era el compartido odio por el tirano, que cada una de las facciones que la integra tiene su propia agenda, que el equilibrio de fuerzas entre ellas es sumamente inestable -por decir lo menos-, y que en definitiva, la “transición” puede conducir a cualquier resultado, ya sea el de la democratización deseada por Occidente o el de la fragmentación tribal y la guerra civil.
Nada es tan fácil, ciertamente, como deshacerse de los tiranos. Para muchos pueblos lo difícil ha sido, más bien, aprender a vivir sin ellos.