ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Mayo de 2013

Una alianza promisoria

Uno aprende rápidamente a mirar con escepticismo -incluso con desconfianza- cualquier iniciativa, cualquier estrategia, cualquier organización que tenga como propósito declarado la integración regional en América Latina. Será acaso porque a fuerza de frustraciones uno se resigna a que la región, como Tántalo, vaya siempre en pos de ese objetivo sin jamás alcanzarlo; o porque empieza a sospechar que tras la retórica de la integración hay otras agendas cuyo éxito depende, cínica o paradójicamente, del fracaso de aquella. O porque llega a concluir que cualquier forma de integración latinoamericana será siempre un subóptimo que sólo por corrección política se defiende en público mientras en privado (y en la práctica) se prefieren otros mecanismos de inserción internacional y de apalancamiento exterior.

Hace tiempo que la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común Suramericano (Mercosur) han perdido la capacidad de suscitar cualquier ilusión. Por mucha reingeniería que se le aplique, la CAN parece haber alcanzado ya su punto de inflexión y estar sometida a un principio de rendimientos marginales decrecientes, tanto en el plano de la integración económica como en el de la integración política. La discrepancia de los modelos económicos, las divergencias ideológicas, y su limitado potencial para proyectar la acción colectiva de los Estados miembros, explican en buena medida su estancamiento. Otro tanto puede decirse de Mercosur, en donde el acervo comunitario existe sólo en el papel, debido a su incorporación sólo parcial a los ordenamientos nacionales; y cuyo futuro además ensombrece el deterioro de la confianza derivado de la forma en que el bloque intervino en Paraguay el año pasado con ocasión de la destitución del presidente Lugo, y de la suspensión que le fue impuesta como sanción, hábilmente aprovechada para legalizar el ingreso de Venezuela. (Un socio cuyo régimen es, por definición, enemigo del libre comercio, y que ahora intenta convertir el Mercosur en otra red petro-clientelar para resolver la grave crisis de desabastecimiento que padece su mercado interno).

No se puede decir mucho más de Unasur (cuyo tratado constitutivo rinde culto a la soberanía nacional), ni del ALBA (un sistema de favores basado en el trueque e ideado para blindar internacionalmente a Venezuela). Tal vez por todo esto la Alianza del Pacífico despierta tantas expectativas y sugiere un enorme abanico de oportunidades. Por eso mismo es tremenda la responsabilidad que tendrá Colombia, en la coyuntura de la cristalización del proyecto que ésta encarna, de ejercer su presidencia pro témpore y encauzarla de forma tal que sus promesas se vuelvan pronta y eficazmente realidades.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales