ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Julio de 2013

Lo de menos

 

En  una de estas columnas publicada en febrero de 2010 a propósito del derrocamiento del entonces presidente de Nigeria, Mamadou Tandja, se echaba de menos la claridad de otros tiempos, cuando “estaba claro que democracia y golpes de Estado eran absolutamente incompatibles.  (Cuando) ningún demócrata habría aprobado jamás un golpe, convencido además -como si se tratara de un dogma- de que todo putsch carece de legitimidad y deriva inevitablemente en dictadura”.

Estas reflexiones revisten ahora renovada actualidad frente a los recientes acontecimientos en Egipto.  Queda claro que no obstante su origen electoral el gobierno de Mohamed Mursi había devenido en una especie de régimen híbrido en el cual se combinaba la investidura democrática con contenidos y prácticas de claro talante anti-liberal. Una prácticamente Constitución impuesta por la Hermandad Musulmana, la pretensión de capturar los distintos poderes del Estado y convertirlos en meros apéndices del partido, la subordinación del gobierno al dictamen y la orientación de la dirigencia islamista (sin legitimidad siquiera electoral y blindada contra cualquier forma de control o rendición de cuentas), y la adopción de medidas encaminadas a islamizar el sistema jurídico-político, dan cuenta del abismo creciente que se fue abriendo en un brevísimo lapso entre la aspiración democrática que muchos abrigaron tras caer Mubarak y el programa de la Hermandad Musulmana -vencedora en los comicios, mejor organizada, pero sólo parcialmente representativa de las aspiraciones y demandas de la ciudadanía-.

Según la lógica democrática, los egipcios han debido esperarse a celebrar elecciones, apelar a un juicio político (impeachment), y los militares -sujetos al poder civil- abstenerse de intervenir, ya fuera para apropiarse ellos mismos del poder, para ejercerlo by proxy, o -como pareciera ser en este caso- para acelerar una transición.  Una “suspensión de la Constitución” suena a herejía a los oídos de los demócratas más convencidos -e incluso de los no tanto, como buena parte de los miembros de la Unión Africana- que por ese motivo resolvió suspender a Egipto tras el derrocamiento de Morsi.

Pero no siempre es fácil aplicar la lógica democrática a las situaciones reales.  Sobre todo porque esa lógica funciona sólo en el universo de los arquetipos platónicos, y en el mundo real lo que abunda son las aporías.  Y en este caso, la menor de ellas es quizá la del “golpe del pueblo”, la del golpe militar llevado a cabo en nombre de la democracia; y hay otras más difíciles de resolver, algunas estructurales y otras aún por emerger, y por las cuales hay que empezar a preocuparse. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales