ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 30 de Septiembre de 2013

EMPIEZAN A PROLIFERAR

 

Es época de entrevistas de admisión en las universidades.  Los bachilleres de último año enfrentan la que quizá sea su primera decisión adulta en la vida: elegir una carrera.  Ello implica escoger, de paso, el gremio y el entorno social en el que se desarrollará su vida cotidiana por varias décadas hacia adelante.  Es también elegir, anticipadamente, el tipo de trabajo que van a desempeñar. Y en buena medida, supone hacer una apuesta -una “profesión de fe”- por una determinada forma de realización personal.  Muchos de ellos, entre los 16 y los 19 años, pocas veces son plenamente conscientes de lo que está en juego: una parte muy importante de su proyecto de vida.

Muchos se presentan a programas de Relaciones Internacionales.  Recientemente éstos han empezado a proliferar en Colombia. El lado positivo es que por ese camino quizá vaya reduciéndose el atávico parroquialismo nacional y el país empiece a pensar y a actuar con una perspectiva más amplia, global.  El aspecto negativo es que esa proliferación es descontrolada y muchas veces los programas ofrecidos no garantizan calidad ni siquiera en el diseño curricular, mucho menos en la docencia (y la tal reforma a la educación superior no existe todavía).

Algunos de esos bachilleres llegan perdidos a la entrevista de admisión. Tal vez eligen Relaciones Internacionales porque les parece un bonito sancocho: tienen la idea de que la disciplina es un poquito de algo y alguito de todo (economía, derecho, administración, negocios, historia, ciencia política).  O porque quieren hacer filantropía (trabajar por los niños, acabar las guerras). Unos cuantos piensan en representar al país y mostrarle al mundo las riquezas y el talento de Colombia.  Y otros más estudian Relaciones Internacionales porque les gustan los idiomas, viajar, conocer otras culturas. Cuesta trabajo explicarles que la disciplina no es una miscelánea residual del conocimiento. Se frustran cuando descubren que para hacer la caridad no es necesario estudiar el realismo de Morgenthau ni el constructivismo de Wendt.  Unos se ofenden cuando se les hace ver que las reinas de belleza y los jugadores de fútbol representan al país mejor que nadie.  Otros se decepcionan al constatar que lo suyo sería más bien montar una agencia de viajes.

Pero hay unos que llegan con el mundo en la cabeza, de mente inquieta, enterados del tiempo en que viven, de los desafíos que tiene el país en el siglo XXI.  Esos son los que uno quisiera tener en sus clases al comenzar el próximo semestre.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales