ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 28 de Noviembre de 2011

La receta marroquí

 

 

Es una gran virtud política saber anticiparse a los hechos y acompasarse al ritmo de la historia.  Nadar contra la corriente, aferrarse al pasado, resistirse a los acontecimientos, pueden ser rasgos de heroísmo; pero en política equivalen casi siempre a contumacia y suicidio.

En política hay que saber leer los signos que aparecen en los muros y tener olfato para distinguir -oportunamente- una revuelta de una revolución.  Si César hubiera leído el importante escrito que le entregó un tal Artemidoro camino del Senado, su suerte quizá habría sido muy distinta.

Alertado por los derrocamientos de Ben Ali y de Mubarak, receloso de las perspectivas de éxito de Saleh en Yemen, y tal vez habiendo intuido el triste destino de Gadafi, Mohamed VI, rey de Marruecos, parece haber encontrado la fórmula perfecta para sobrevivir a la agitación que cunde por el mundo árabe y blindar su corona de una forma que a los más suspicaces les parecerá gatopardiana.

Su receta tiene varios ingredientes, empezando por él mismo: un monarca relativamente joven y modernizante, con el suficiente talento y habilidad para emprender la tarea de transformar el régimen desde adentro, con reformas minuciosamente dosificadas, y aprovechando al máximo el capital de legitimidad del trono alauita en lugar de arriesgarlo todo en un terco inmovilismo reaccionario o en un incauto aperturismo descontrolado.

Es verdad que con el referendo constitucional votado en julio pasado, Marruecos está aún lejos de ser una monarquía parlamentaria “a la occidental”. Todavía hay un largo camino que recorrer en la senda de la democratización. Pero aunque el rey siga siendo la columna vertebral del Estado y conserve aún algunos poderes que ejerce como propios, tras las elecciones del viernes tendrá que respetar la mayoría parlamentaria no sólo a la hora de nombrar el jefe de Gobierno (cuyas competencias además han sido reforzadas), sino a la hora de promulgar las leyes que ésta apruebe.

Si la receta funciona, podría abrir nuevas oportunidades para profundizar y consolidar la democracia en ese país, por evolución y no por revolución. Podría, además, sentar un precedente inspirador para otros en el mundo árabe. En cambio si fracasa, si conduce al bloqueo del sistema político, a la fractura de la gobernabilidad, a una intratable bicefalia gubernativa, el panorama podría ser desolador.

El resultado final, en todo caso, ya no dependerá solamente del rey, quien por el momento, ha hecho su parte. Falta ver si ahora los islamistas, vencedores en los comicios, hacen también responsablemente la suya.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales