ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Mayo de 2014

Podredumbre y confusión

 

Ningún  ciudadano es tan ingenuo como para esperar que los políticos -allá en Dinamarca o aquí en Cundinamarca- tengan un talante moral superior, una especial altura ética que los haga más honestos, más desprendidos, menos egoístas y menos mezquinos que el resto de los hombres. Ningún ciudadano es tan ingenuo como para creer que los políticos que compiten por el voto popular para llegar a las más altas magistraturas del servicio público le harán honor a su nombre. (Candidatum es el participio del verbo candidare, que en latín significa “blanquear”, y en la Antigua Roma se empezó a denominar así a los aspirantes a ocupar algún cargo político, pues vestían una toga blanca como símbolo de valentía, fidelidad y humanidad).

Pero lo que sí espera cualquier ciudadano de sus líderes políticos es un poco de pudor, de recato: el respeto de unos límites mínimos de decencia civil, que quizá no están escritos en ninguna parte pero que es imprescindible no transgredir para no acabar de erosionar la confianza y la credibilidad de las instituciones, para no poner en crisis el acto de fe en que consiste la apuesta democrática, para no poner en evidencia tan flagrantemente las miserias propias de la actividad política.

“Algo huele a podrido en Dinamarca”, hace decir Shakespeare a Marcelo en Hamlet. Y no cabe duda de que lo mismo hubiera dicho de haber conocido el estado actual en que se encuentra la política colombiana, cuya podredumbre queda expuesta -para pasmo y confusión de la ciudadanía- con cada episodio de guerra sucia, con cada revelación escandalosa, con cada adjetivo proferido entre gritos y manoteos para descalificar al adversario. Colombia atraviesa quizá uno de los momentos más críticos de su historia política: una coyuntura cuya evolución y desenlace dejarán su impronta en el país no sólo por los siguientes 4 años sino por las próximas décadas. Las ideas parecen haberse ido a otra parte. El debate ha sido sustituido por la una aterradora competencia de sinvergüencerías. Todo se reduce al ruido y la furia de las acusaciones, las trapacerías, las artimañas. Y lo peor de todo es que el país parece condenado a elegir entre dos males, porque en realidad, dígase lo que se diga, las otras opciones no son alternativas.

Y mientras todo esto ocurre, el país se desliza por una pendiente ominosa de polarización, quiebre institucional y anomia política. "Heaven will direct it", contesta Horacio a Marcelo. Ojalá que así sea. Porque de lo contrario el país tendrá que lamentarlo.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales