Andrés Molano Rojas* | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Febrero de 2015

UNA REFLEXIÓN

El deber de recordar

Vale la pena aprovechar la conmemoración de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, ocurrida hace 70 años, para releer atentamente el documento “Nosotros Recordamos: una reflexión sobre la Shoa”, que elaboró en 1998 la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo.  Al promulgarlo, Juan Pablo II manifestó su deseo de que esa reflexión -una especie de examen de conciencia de la Iglesia- permitiera a la memoria “cumplir su papel necesario en el proceso de construcción de un futuro en el que la inefable iniquidad de la Shoah no vuelva a ser nunca posible”.

El antisemitismo y el antijudaísmo que en tiempos recientes han reemergido con renovado furor en diversos lugares del mundo, y el ímpetu seductor de algunos discursos racistas y xenófobos, ponen una vez más de relieve el deber que tienen todos los hombres de recordar el pasado para evitar que se repita.  Como en el fantástico cuento de May Sinclair que tanto le gustaba a Jorge Luis Borges (“Donde su fuego nunca se apaga”), acaso el infierno no sea otra cosa que estar condenado a repetir el pasado eternamente, sin asomo alguno de esperanza.

“El futuro común de judíos y cristianos exige que recordemos -dice el documento-, pues no existe el futuro sin memoria. La historia misma es memoria del futuro”. La aspiración criminal del nazismo a aniquilar el pueblo de Israel, la negación sistemática de la dignidad del otro -del disidente político, el homosexual, y el gitano- convertida no sólo en política de Estado, sino ejecutada con método y a escala industrial, tal como se materializó en los campos de exterminio, fue tanto una pesadilla como una anticipación -acaso pasmosa- de un porvenir siempre posible, de un futuro que quizá también ya es  hoy, para muchos hombres y mujeres, doloroso presente.

El recuerdo vuelve a hacer visible el pasado, y al hacerlo, contribuye a develar las formas sutiles en que éste se camufla y contamina el presente. El recuerdo desenmascara la transparencia del mal.  Recordar no es hacer arqueología, sino actualizar la memoria, re-presentar lo ocurrido, para que -vaya paradoja- no vuelva a suceder.  Impone la obligación de actuar en el presente, de rechazar toda forma de autocomplacencia con la historia, la tentación facilista de relegar el pasado al ayer y dar por sentada su superación.  El deber de recordar es también el deber de denunciar la perversa prolongación del pasado en un presente que a veces se juzga, demasiado a la ligera, por ingenuidad o negligencia, radicalmente distinto.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales