¿G-cuántos? ¿G-cuáles?
Hubo un tiempo en que las cumbres del G-7 reunían a los líderes de los Estados más poderosos de Occidente, no sólo en términos económicos (aunque ese haya sido el criterio rector de su composición inicial), sino también políticos y militares. Allí se establecían las principales reglas de juego de la política y la economía internacionales y se determinaba el contenido de la agenda global. De manera informal se definía en ellos lo importante y lo irrelevante, lo que debía hacerse y lo que había que evitar, las recompensas y las sanciones; e incluso, en forma a veces implícita pero siempre inequívoca, lo que de todo esto debía cumplirse realmente o podía pasarse por alto.
En algún momento Rusia fue añadida al convite para premiarla por la liquidación del comunismo soviético. Sin embargo, esto no significó la ampliación del exclusivo club de potencias. Los socios más veteranos siempre la vieron como a un invitado. G-7 +1 si se quiere, pero G-8 jamás.
¡Cuánto ha cambiado el mundo desde entonces! La ausencia de Putin en el encuentro de Camp David del viernes pasado, cualquiera que sea la razón de política interna que la justifique, tuvo el enorme peso simbólico de un inédito y amargo desplante. Aunque con él o con Medvedev nadie se haya hecho ilusiones sobre lo que el G-8 pudiera decidir, y ante todo hacer efectivamente, en relación con los grandes temas del orden del día: la crisis de la Eurozona, la situación siria y el contencioso nuclear iraní.
Esto no significa que las potencias occidentales hayan dejado de serlo o estén siendo desplazadas. Sin lugar a dudas, son actores de primer orden, y de hecho, protagonistas indispensables en la escena internacional. Pero está claro que han dejado de ser suficientes y otros se han vuelto necesarios. Como también ha dejado de serlo el privilegiado foro que constituyeron en los años 80, no sólo para su propósito más propio, el de allanar caminos para aumentar la prosperidad, sino para abordar cualquiera de los asuntos más acuciantes de la agenda internacional.
En efecto, cada problema parece plantear dos preguntas fundamentales: ¿G-cuántos? ¿G-cuáles? La respuesta puede variar sustancialmente de uno a otro: G-20 para la crisis financiera, G-2 para el calentamiento global, G-tantos para Siria, G-otros para Irán, G-quién sabe para Afganistán. Con ello aumentan, en consecuencia, la complejidad, la incertidumbre, los riesgos y los desafíos de la política internacional contemporánea. Sobre todo si la respuesta llega a ser, como en muchos casos, G-todos o G-nadie.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales