ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 25 de Junio de 2012

Hasta luego, Lugo

Fernando Lugo, exobispo y ahora expresidente de Paraguay, fue siempre el eslabón más débil de la cadena de la ALBA. A diferencia de sus camaradas Chávez, Correa, Morales y Ortega; su llegada al gobierno no fue apalancada por una masiva movilización de “poder popular” ni dispuso jamás de la masa crítica de capital político y control del Estado que a ellos les ha permitido sacar adelante su proyecto populista de “refundación nacional” al tenor de eso que llaman “socialismo del siglo XXI”.

La alianza de su movimiento político con el Partido Radical Liberal Auténtico fue un matrimonio de conveniencia, fundado únicamente en el compartido interés de acabar con seis décadas de monopolio del poder por parte de los colorados. De hecho, sus socios  conservaron todo el tiempo una agenda propia (y oculta).  Los colorados, por su parte, aunque perdieron la Presidencia, retuvieron el control de una importante fracción del Congreso. Ello afectó, naturalmente, la capacidad de Lugo para gobernar e impulsar sus promesas electorales.  Si bien es cierto que logró sacar adelante algunas iniciativas de corte asistencialista, no pudo hacer realidad la más importante de todas: la de la reforma agraria.

En ese sentido, Lugo fue desde el principio prisionero de su propia coalición, a la que le debía entre otras cosas el grueso del caudal electoral que lo llevó al Palacio de los López. Tal vez eso haya contribuido a moderar sus posturas, tanto en el plano interno como exterior: Lugo fue siempre una voz menor en el coro de la ALBA, aunque no ocultara nunca su alineamiento con ese modelo. Con toda seguridad, eso sí, selló su destino.

El juicio político del que fue objeto es de alguna manera una cuenta de cobro que le han pasado a Lugo los círculos tradicionales del poder paraguayo con los cuales acabó transando para llegar y mantenerse en el poder.  Hacía tiempo que buscaban la forma de deshacerse de él y la encontraron en un evento menor (lamentable) sobre el que construyeron el (expedito) proceso de responsabilidad que condujo a su destitución.

Lo ocurrido no es, en todo caso, un golpe de Estado, ni un juicio sin garantías (los juicios políticos no son juicios penales, aunque a muchos les guste confundirlos), ni un flagrante desconocimiento de la voluntad popular, ni una arremetida de la derecha contra la revolución. Es, eso sí, una fiel imagen de la política latinoamericana, llena de paradojas y contradicciones. Incluyendo a ALBA, invocando la democracia en nombre de Lugo.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales