ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Octubre de 2012

Peligros de la ingenuidad

A  propósito de la instalación de la negociación entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc ya han corrido ríos de tinta.  Que si ahora sí; que si esta vez es diferente de las anteriores; que si el discurso de Márquez implica el rompimiento -de entrada- de los términos previamente acordados por las partes sobre la agenda de la negociación; que si el presidente Santos se juega o no su relección; que si los garantes internacionales dan realmente garantías; que si la “sociedad civil” -lo que quiera que sea eso- está adecuadamente representada en la mesa; que si las Farc tienen realmente voluntad de paz; que si el Gobierno está pecando de ingenuidad.

Sobre todo esto último preocupa al país.  Tanto al expresidente Uribe y sus seguidores como a quienes con optimismo escéptico reconocen -y con razón- que en la actual coyuntura se conjuga una serie de factores novedosos, de transformaciones sustanciales en la dinámica del conflicto, incluso de externalidades favorables que podrían apalancar la terminación de la confrontación armada en Colombia y allanar el camino hacia el difícil y complejo escenario del posconflicto.

La ingenuidad es uno de los mayores enemigos de la paz.  La ingenuidad de quienes equiparan, en una ecuación tan simple como engañosa, la desmovilización de las Farc y la dejación de las armas con la paz, con la resolución de los grandes problemas sociales del país, con el cese de la violencia y la criminalidad asociada al narcotráfico; y también la ingenuidad de quienes esperan un proceso sin costos, sin concesiones, o la de quienes confunden justicia transicional con justicia transaccional o, aún peor, la de quienes reivindicando su condición de víctimas podrían acabar saboteando, de buena fe, el desarrollo de las negociaciones.

O finalmente, la ingenuidad de quienes idealizan, sin entenderlo, el conflicto armado:  la de quienes lo atribuyen no a la factibilidad de la violencia, sino a unas presuntas causas subyacentes o estructurales; la de quienes ven en las Farc lo que no son y se niegan a reconocer su más perversa faceta, o la de quienes reducen el desafío que ellas representan a un asunto puramente criminal, desconociendo sus implicaciones políticas.  O la de quienes en Europa, por ejemplo, titularon así la semana pasada la noticia sobre el inicio de las negociaciones: “Tanja: Una hermosa terrorista deberá traer la paz”, como si la belleza compensara la violencia, como si la paz se la fuera a deber Colombia a una holandesa disfuncional y desubicada.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales