No salir corriendo ante “el mal horrible del pensar”, sino afrontarlo con valor y gratitud a Dios, fue nuestra reacción ante el inicio de este tan grandioso y comprometedor tema, en reflexión anterior.
El análisis de los detalles y circunstancias, con calma e intensamente, es camino para llegar a resultados en altas investigaciones humanas. Ese poder y arte del pensar, ejercido en su debida forma, es cuanto da al ser humano la primacía sobre cuanto lo rodea. De allí su avanzar en la vida, viviendo una ideal de la juventud, realizado en la edad madura.
También en se ha dicho que “la vida vale cuanto el pensamiento que la guía”, y que debe ser como lira siempre dispuesta para “cantar un himno de alabanza al Creador”. Bien decía Carlyle: “negocio de incomparable seriedad es el vivir en este mundo”. A su vez José Ingenieros dijera que “vivir es aprender para ignorarnos menos, es amar para vincularnos a una parte mayor de los humanos, es admirar para compartir las excelencias de la naturaleza y de los hombres, una fuerza por mejorarse, un inocente afán hacia valores e ideales definidos”.
Esto somos los seres humanos, creados, por su alma, “a imagen de Dios” (Gen. 1,27), a quienes entrega el dominio sobre cuanto había creado, para que echar adelante su obra, y descansaba (Gen. 11,31). El respeto por la vida del ser humano, por encima de toda otra obra visible del Creador, es algo vinculado a esa gran verdad (Gen. 4. 9-12). De allí que el Cardenal Francesco Roberti, en su “Diccionario de Teología Moral”, señale todo “homicidio” como algo contra el “derecho natural” de todo ser humano, que no puede perder jamás. Es derecho sagrado, que, según la enseñanza católica, basada en la ciencia, ha de cubrir desde la concepción hasta la muerte natural. Es, así, el hombre, un compuesto de materia y espíritu, a la luz del cristianismo, y también de otros pensamientos religiosos. “El alma, superior por su ser y su libre voluntad, imagen de Dios, no está en contradicción con él, sino que es su forma sustancial, constituyendo un solo ser, de individuo o persona (Concilio de Vienne) (Cf. Parente: Diccionario de Teología Dogmática).
Los anteriores brochazos que señalan aspectos del auténtico ser humano, dan definida realidad que llevamos desde vientre materno hasta nuestro paso a la vida eterna, la cual es reclamada por el aspecto espiritual, que, de por sí, es inmortal.
Incompleta sería esa ejemplar imagen si no ubicáramos al ser humano en surgimiento, crecimiento y realización, en el divino proyecto de la familia. A la ligera se podría pensar en la no necesidad de ella, pero, ante la palabra del Dios Creador, y la experiencia de los siglos, es de esa bendecida unidad de esposo y esposa de donde surgen hombres y mujeres, que llevan adelante la obra del Creador. De allí la palabra de Maestro divino: “no separe el hombre lo que Dios ha unido”. (Mt. 19,6). Por ello, el Papa Francisco, inquieto por la paz del mundo, y el bien de toda la humanidad, al comienzo de este octubre (06) ha expresado: “Una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y verdadera, si se edifica sobre la base de la familia. Lo más lindo que hizo Dios, fue la familia”. Es allí el sitio de surgimiento y realización del auténtico ser humano.
*Obispo Emérito de Garzón
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