El antisemitismo está de regreso, aunque decirlo así es, cuando menos, una imprecisión, porque no puede estar de regreso lo que nunca se ha ido. Pero tras la masacre perpetrada por Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, ha adquirido una renovada intensidad que, además, ha roto los diques que contenían ese antisemitismo decantado, disimulado, latente, que muchos refrenaban sólo a la espera de una ocasión propicia para expresar y -lo que es peor- para ejercer abiertamente.
El discurso que justifica el antisemitismo redivivo, las formas y símbolos que lo manifiestan, y la indiferencia rayana en complicidad que lo acompaña evocan, inevitablemente, el peor antisemitismo de la historia. Es una realidad monumental como un templo: ahí están los cantos, las proclamas, las imágenes, y -para quien eso no baste- los datos que se acumulan en el desolador inventario de las estadísticas.
No se trata únicamente del hostigamiento y el ataque físico, de las pintadas en los muros y los gestos de las manos, de las caricaturas y los bulos, de la exclusión de los servicios y la denegación del ingreso a los establecimientos comerciales, del asedio y el escrache, de las profanaciones. No es sólo el incendio de la sinagoga de Melbourne o el abusivo corte de los peyot de un niño en alguna peluquería de Nueva Jersey…
Antisemitismo también es banalizar la Shoá mediante gimnásticas y espurias comparaciones. Antisemitismo es emplear el “peroesqueismo” (whataboutism, en inglés) para legitimar las acciones de Hamás y Hizbulá. Antisemitismo es callar sobre las atrocidades cometidas contra las mujeres judías y minimizar la degradación y la barbarie a la que fueron sometidas (como lo han hecho la señora Butler y el feminismo que ella representa). Antisemitismo es ignorar deliberadamente la suerte de los rehenes de Hamás -bebés de brazos incluidos-, o desdeñarla abiertamente. Antisemitismo son los vetos contra las universidades, los científicos, los artistas israelíes. Antisemitismo es revisar la historia y torturarla hasta hacerla decir lo que no quiere porque no puede. Antisemitismo es hacer de Jesús un palestino -como si el titulus crucis no hubiera puesto lo que puso-, o utilizar para la propaganda uno de los belenes vaticanos -de cuya cuna, aunque tardíamente, hubo de retirarse la kufiya palestina puesta adrede allí por los diseñadores-. Antisemitismo es desempolvar la vieja acusación -esa sí pérfida- de deicidio.
Antisemitismo del más burdo -y, paradójicamente, del más sofisticado- es el que rezuma desde la primera línea el reciente informe de Amnistía Internacional, con su pretensión de tensar hasta el límite el derecho internacional forzando la definición de genocidio para hacerla coincidir con sus propias conclusiones. Una pretensión a la que, con sorprendente sincronía, se ha sumado Irlanda pidiendo a la Corte Internacional de Justicia que adopte “una interpretación más amplia” de la convención de 1948 y flexibilice sus criterios de ponderación, a fin de que el Estado de Israel sea condenado.
Porque eso es lo que en realidad les importa: no la justicia, ni la situación del pueblo palestino, sino la condena de Israel; no porque sea responsable de lo que perfectamente puede serle imputado, sino porque es judío.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales