La muestra provisional presentada por el Museo del Prado, de junio a septiembre del presente año, analiza, desde una nueva y muy interesante perspectiva, las similitudes entre el arte español y el holandés del siglo XVII.
Al contrario de destacar las semejanzas, los expertos solían subraya las diferencias en la producción pictórica de estas dos naciones, durante la guerra de los Ochenta Años (1568-1648), o Guerra de los Países Bajos, al final de la cual estos países, de los cuales Holanda era parte, lograron su independencia de la Corona española.
Se consideraban los estilos de Velázquez, El Greco, Murillo, Zurbarán, Rivera, como representantes de una pintura netamente española, se podría decir nacionalista, con estilos muy propios y exclusivos de la península Ibérica. Lo mismo se había dicho de los grandes pintores holandeses como Rembrandt, Frans Halls, Vermeer, Ter Borch, Metsu, entre otros, quienes hasta ahora se admiraban como creadores de un arte netamente neerlandés, representante de la cultura y la vida holandesa del siglo ya mencionado.
Esta nueva visión, lograda gracias al Museo del Prado y la colaboración del Rijksmuseum, de Ámsterdam, y museos de Roterdam, La Haya, Londres, Fráncfort, Ottawa, y Copenhague, ha demostrado realmente cuanto se asemejaban entre si las obras de los pintores españoles y holandeses, cotejeando sus obras, elaboradas en fechas cercanas, sobre temas similares, unas al lado de otras.
Es así como vemos, retratos de personajes pintados por el Greco o Velázquez, al lado de personajes retratados por Rembrandt o Franz Hals, ataviados completamente de negro, con almidonados cuellos de encajes blancos (lechuguilla) y una actitud y miradas profundamente serias, se podría decir duras, hacia el observador. Demostrando la similitud en el estilo de vestir, de actuar y posar entre los unos y los otros.
Igual se descubre en estos lienzos la utilización de la llamada “pincelada salvaje”, esa pincelada burda que pretendía dejar traza de su fuerza y de su dirección, algo en ese momento muy nuevo y utilizado de igual forma por españoles y holandeses.
También es esta la época en la cual se ponen de moda los cuadros de naturalezas muertas, “bodegones” con alimentos, flores, insectos y caracoles, llenos de detalles y reflejos, para la decoración de las casas holandesas y españolas, con composiciones muy similares.
Muy importante, en este periodo, fue el surgimiento del llamado “humanismo” en el arte, ocurrido en diferentes lugares de Europa simultáneamente, inclusive en Holanda y España. Se trató del alejamiento de los artistas de la descripción casi exclusiva de lo sagrado, lo glorificado, para pintar al hombre en su vida daría, su intimidad, su hogar, la taberna, el pueblo y el campo, además de una visión diferente de los sabios, los filósofos y aún los santos, como hombres comunes, viejos, feos, narizones, arrugados, sin aura ni fantasía.
Es así como encontramos semejanzas entre el Demócrito de José Ribera (1630) y el Demócrito de Hendricks Ter Brugghen (1628) o el cuadro “Figuras en un escalón”, de Murillo, con escenas de la calle semejantes, pintadas por artistas holandeses.
La conclusión de la muestra es clara: no pretendieron los artistas españoles y holandeses hacer con su arte una representación de su nacionalidad, más bien utilizaron ideales y recursos estéticos compartidos en la Europa del momento.