A medida que me adentro en la cuestión, más me abruma el trauma que las redes sociales están causando entre mucha gente joven.
Dialogo insistentemente con profesores de colegios y facultades y tan solo consigo confirmar que, en términos reflexivos, buena parte de la llamada “generación Z” se marchita intelectualmente de modo acelerado.
Y toda esa decadencia va de la mano del formato propio de las redes, de su diseño y del modo de empaquetar y canalizar la información.
A estas alturas, vale remembrar los telegramas y el modo peculiar de redactarlos porque el legado de Marconi fue facilitar la comunicación, no castrarla.
El marconigrama tenía una función instrumental basada en la transmisión de instrucciones o datos muy precisos que, empezando por el costo, en ningún modo debilitaban al raciocinio o al razonamiento.
En cambio, el modelo X, o TikTok, limita en muchos aspectos la interacción para facilitar el simplismo de las exclamaciones, las arengas y las explosiones emocionales.
La brevedad y la restricción -que no pueden confundirse con la precisión-, reprimen de tal forma el discernimiento que las ráfagas, el insulto y la falacia reemplazan gravemente a la disertación, la evidencia y la comprobación.
En efecto, la digresión es suficiente para minar la sindéresis, la disquisición (el examen riguroso), la argumentación respaldada y el contraste, socavando así toda aproximación al método científico.
Con su medición por caracteres, la demostración no tiene cabida y el sesgo confirmatorio es suficiente para buscar adeptos, crear simples complicidades retóricas y estimular toda suerte de extremismos.
Al no tener que convalidar nada, ni rendir cuentas, ni someterse a consideraciones disciplinarias, o transdisciplinarias, la lógica del dardo, el impulso y la piromanía ideológica horadan por completo la sustentación, la comprobación y el análisis.
Con incendiar, basta. Con radicalizar es suficiente. Con insultar, segregar, odiar y difamar todo resulta atractivo, rentable y virulento.
Más aún, si se tiene en cuenta que muchos paranoicos y alienados se sienten auténticos líderes de opinión, como si el maremágnum en que habitan los despojara de su enfermiza y contagiosa condición.
Así las cosas, huelga decir que en ese microclima todo es admisible, adaptable y tolerable, aún a pesar de que las plataformas manejan ciertas normas de conducta.
En concordancia, hace poco la directora del canal 4 de Inglaterra se vio impelida a confesar que gran cantidad de muchachos de la mencionada generación Z (nacidos entre el 97 y el 12) no muestran habilidades para debatir y les cuesta cada vez más entenderse con gente cercana que tiene puntos de vista diferentes a los suyos.
Por fortuna, la regulación creciente, los esfuerzos multilaterales y la tendencia a desenmascarar el lado oculto de la inteligencia artificial irán corrigiendo este estado de naturaleza.
Estado en el que prolifera la degradación, la persecución y la ruindad.