Banco de los pobres | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Octubre de 2022

En el mundo existen varias experiencias, algunas fracasadas, otras exitosas. Los que conocen el tema empresarial dicen que los fracasos son buen camino para aprender las mejores prácticas. No creo que esta sea la primera vez que en Colombia se habla de un banco que dedique toda su actividad financiera a ayudar a los más pobres. Para ello es indispensable que no exista toda esa maraña de requisitos que imposibilitan que una persona sin recursos pueda acceder al crédito. Existen incontables condiciones y requisitos que no son otra cosa que barrera discriminatoria que no permite a una persona que carece de finca raíz o depósitos significativos en los bancos ofrecer garantía que satisfaga al banco. Imposible. 

Hace muchos años, patrocinado por una organización que se llamaba Viva Río, allá en la bellísima ciudad de Río de Janeiro, visité por varias horas unas favelas Y pregunté a las señoras que manejaban salones de belleza, como negocio muy popular en esas secciones tuguriales, cómo obtenían el dinero para montar ese atractivo y popular servicio. Todas me dijeron que recibían un préstamo de algo así como un millón de pesos de entonces... hoy serian cinco millones. Decían que no requerían respaldo alguno de finca raíz o fiadores. Y que el negocio les permitía pagar la deuda. Averigüé, también, con las instituciones que prestaban el dinero y todas coincidieron en afirmar que los pobres eran muy cumplidos en los pagos. Que eran muy pocos los casos de incumplimiento. 

Entonces y ahora, a raíz de la columna de Juan Manuel Acevedo sobre el sistema financiero que utilizan los pobres en Colombia, el gota a gota, recordé el título de un libro famoso que escribió un británico, y que en muy pocas palabras lo dice todo y mucho más, "Los Pobres Pagan Mas" no sólo en materia de créditos, sino del valor de otros bienes. Es que aquí no sólo pagan unos intereses usurarios, inadmisibles, injustos, sino que el incumplimiento se paga con la vida propia o la de un familiar. Imposible aceptar que una sociedad pueda tolerar un sistema financiero de esas características. 

Lo menos que se puede ofrecer a una persona carente de mínimos recursos es que pueda adquirir la propiedad de sus elementos de trabajo. El taxista debe poder acceder a la propiedad de su instrumento de trabajo, el automóvil, y es bien sabido que podría pagarlo en varios años y alcanzar además seguridad social, salud, pensión. Quizás estoy dando un ejemplo muy complejo, pero bien mirado me cuesta trabajo creer que los números no dan. El peluquero, la maquilladora, la que corta las uñas, los vendedores ambulantes deben ser propietarios de su instrumento de trabajo. Y así de otros oficios. Cuántas madres han sacado adelante a sus hijos gracias a su trabajo con una máquina de coser. 

¡Muy joven fui testigo del surgimiento de esa próspera industria que se llama Ponqué Ramo (por el nombre de su propietario)!  Recuerdo el garaje donde se inició y el papel determinante que jugó su esposa. En los años cincuenta. Espero no ser víctima de una leyenda, pero creo que el Banco Popular de entonces tuvo mucho que ver con un emprendimiento tan sorprendente. 

Hacen mucha falta historias que cuenten casos de éxito de esta naturaleza. ¡Eso sí que ayudaría!