100 días ha cumplido ya el gobierno socialista de Pedro Sánchez en España.
Y en tan poco tiempo ha dejado importantes lecciones para la teoría y práctica de la política.
De hecho, Sánchez llega al poder mediante una maniobra parlamentaria, sin haberse sometido a elecciones.
En minoría evidente, su apetito de poder lo llevó a diseñar una coalición absolutamente comprometedora.
Los compromisos adquiridos con la extrema izquierda y los nacionalistas independentistas lo convirtieron en rehén de los extremismos.
Aunque al principio se concibió como un gobierno transitorio, al verse instalado en el palacio su megalomanía lo arrastró a querer agotar el periodo completo.
Lejos de liberarlo de los compromisos, semejante ansiedad lo condenó por completo a complacer a sus coaligados para mantenerse a flote.
Como suele suceder, ostentar el poder puede llevar fácilmente a que se abra una brecha creciente entre “lo que era el candidato” y “lo que es el presidente”.
En algunos casos, como sucedió en Colombia con el anterior presidente, hasta se puede lograr la reelección, pero tarde o temprano la contradicción pasa factura.
Haberse empeñado en un proceso fallido y antidemocrático como el de los negociados en La Habana, terminó liquidando al santismo con las cifras de desaprobación más altas de la historia.
Dicho de otro modo, hacerse elegir con unas ideas concretas y luego comenzar a dar bandazos puede ser la explicación principal de muchas catástrofes políticas.
Catástrofes que pueden derivar en verdaderos traumas históricos de los que, recuperarse, puede tardar décadas marcadas por el sufrimiento.
Precisamente, en 100 días el gobierno de Sánchez en España no ha hecho más que moverse sobre el péndulo de la ambigüedad y la incongruencia.
Tanto en política migratoria, como en cuestiones de memoria histórica, defensa del poder judicial, o reforma del Estado autonómico y desafío soberanista, su incoherencia ya es, por lo menos, de antología.
A diferencia del segundo periodo de Santos, en Colombia, cuando el Ejecutivo se sintió completamente irresponsable y contradijo la voluntad popular expresada en plebiscito, Sánchez sabe que su futuro depende de la valoración ciudadana.
Y aun así, se ofrece a reformar el Estatuto de Autonomía en Cataluña, se mostró tímido al defender en Bélgica al juez que se ocupa del independentismo y terminó desviando la atención ciudadana con veleidades sobre el Valle de los Caídos.
En definitiva, ningún aliado parece ser más rentable en política que la coherencia y la firmeza.
A veces, la manipulación que lleva a navegar entre dos aguas parece reportar beneficios inmediatos.
Pero, en perspectiva, ella no es más que el origen de auténticas debacles.