Llama la atención que, con diferencia de días, dos gobiernos que se proclaman abiertamente partidarios de lo que se ha denominado el Socialismo del Siglo XXI, de manera repentina, enarbolen un discurso basado, ahora sí, en la relevancia de contar con inversión privada, nacional o extranjera, y que además señalen la importancia de supeditar cualquier tipo de corrientes ideológicas al interés de sus naciones.
Es el caso de Venezuela, por una parte, y de Perú por la otra. La primera, presa desde hace décadas de una dictadura que se ha ido consolidando a partir de la defensa de falsos nacionalismos, de discursos alrededor de inventadas conspiraciones que provienen de sus vecinos o de otros estados que, en palabras de los protagonistas en el poder, quieren capturar, manipular, intervenir y hasta invadir su territorio con propósitos macabros y oscuros.
Perú, por su parte, se encuentra bajo un gobierno recientemente elegido que no ha podido despegar, pues las crisis internas del partido de Gobierno, en medio de falta de liderazgo coherente y con una legitimidad que se agrieta día tras día en la medida que, a pesar de haber obtenido una mayoría en las urnas, ésta fue bastante precaria. Ello, además de que el Parlamento está en manos de la oposición y por tanto las promesas de modificación a la Constitución e incluso de convocatoria a una Asamblea Constituyente no podrían ser cumplidas.
En ambos casos, los efectos de la permanencia de sus gobernantes en el poder han sido nefastos para sus economías generando consecuencias adversas para sus pueblos. En Venezuela, datos recientes muestran que la actividad económica sigue contrayéndose, que los ingresos son insuficientes y que la inflación sigue aumentando, llegando incluso a registrarse una acumulada de algo más del 470%. Con la llegada del nuevo Gobierno al Perú, esa economía que había reportado una estabilidad económica y que se inscribió en una economía social de mercado en las últimas décadas, se sumió en un estado de incertidumbre tras el anuncio de dirigir esfuerzos hacia una “economía popular de mercado” que nadie sabe en qué consiste, pero que dadas las experiencias anteriores genera el temor de producir hiperinflación y volcarse hacia un proteccionismo que hoy resulta contraproducente y desata distorsiones en el mercado.
Este contexto, en medio de la pandemia cuyos efectos han sido adversos para el mundo entero, hace poco creíbles las afirmaciones y recientes invitaciones de esos dos gobiernos para que la inversión privada, nacional e internacional retornen o no terminen de irse.
El régimen venezolano ha demostrado ser hábil en la etapa pre electoral; sistemáticamente modifica su discurso, pretende adoptar una actitud conciliadora con la oposición, disfraza su lenguaje buscando que se crea que hay una apertura para negociar y abrir nuevamente la democracia. No obstante, también ha sido claro que es el oportunismo, la necesidad de presentarse bajo un ropaje que en realidad no se tiene con el fin de mantener y ampliar su presencia en cada uno de los estados territoriales, lo que mueve este tipo de acciones.
En cuanto a Perú, es la debilidad e inexperiencia del Gobierno frente a un pueblo totalmente dividido lo que seguramente está motivando que no se haya podido conformar un Gabinete estable y que, aún sin haber comenzado a gobernar, se pretenda “renunciar” a los principios ideológicos planteados durante la campaña.
Por @cdangond