Por fin, luego de inmensas dilaciones, aterrizó el proyecto de reforma tributaria en el Congreso. Pero aterrizó de barrigazo. Por una simple razón: al gobierno se le ha agotado el tiempo y el combustible político para hacer un buen aterrizaje en estas espinosas materias. Veremos qué sucede a lo largo de la discusión parlamentaria. Una cosa es clara, sin embargo, el Congreso -como siempre sucede- terminará aprobando una ley de reforma fiscal, pero ciertamente no será la propuesta por el gobierno ni en monto ni en contenido.
Es realmente curioso lo que ha sucedido con este proyecto de ley. Los cambios y volteretas del gobierno fueron incontables. Y ello conduce a que esta reforma comienza su andadura parlamentaria con un gigantesco déficit de credibilidad. Veamos solamente algunos ejemplos. Primero dijo que se iban a gravar con IVA todos los productos de primera necesidad. Después que ninguno. Más adelante que solo el café, el azúcar, el chocolate y la sal. Y finalmente que tampoco estos. Según se ha sabido, como consecuencia de una extraña visita de los hijos del expresidente Uribe a la casa de Nariño para discutir con el presidente Duque los contenidos de la reforma.
Dio la sensación durante los largos prolegómenos que el gobierno quería quedar bien con todo el mundo. Cosa que es imposible en materias tributarias. Y de allí los cambios constantes. Es normal que a lo largo de las discusiones parlamentarias todo gobierno que presente una reforma tributaria tenga que hacer transacciones. Pero lo que no es usual es que esas negociaciones se hagan antes de que comience el debate parlamentario. Con lo cual el gobierno entra a la discusión con su capacidad negociadora muy disminuida.
Otra razón que obligó al barrigazo es que a este gobierno se le acabó el combustible político. Si no apresuraba la presentación ya, probablemente no tendría otra ocasión de hacerlo cuando ya empieza a recibir los primeros rayos del sol quemante a sus espaldas y cuando se oyen las acuciosas preguntas de las agencias calificadoras. Quizás el gobierno se equivocó de tiempo. La reforma tributaria debió presentarla hace por lo menos un año cuando apenas comenzaba la pandemia. Las reformas tributarias hay que presentarlas en la primera mitad de los mandatos, no en el tramo final. Tal como lo acaba de hacer el presidente Biden que antes de cumplir sus primeros tres meses de mandato anunció los rasgos generales de una gran reforma fiscal que echa marcha atrás con la aprobada en tiempos de Trump. Las reformas deben presentarse cuando el desgaste aún no pasa su cuenta, y cuando el debate electoral no está prendiendo motores con intensidad y virulencia. Como sucede en Colombia. La OECD consideró esta semana que el gobierno ya no tendrá espacio para liderar una verdadera reforma estructural.
El tiempo se le está acabando también a este gobierno -consumido por la batalla contra el coronavirus- en otras muchas materias. Llamó mucho la atención por ejemplo que después de haber convocado una comisión de expertos para que estudiara fórmulas sobre la situación laboral, a la cual le hizo mucha alharaca, el ministro del Trabajo, y ya cuando las recomendaciones de la misión del empleo estaban listas, anunciara intempestivamente que ellas pasan a los consabidos anaqueles. Porque según el ministro del ramo no hay tiempo para estudiarlas.
En las semanas que vienen se hablará mucho de impuestos, de equidad y de progresividad. De las agencias calificadoras. De impuesto al patrimonio y de dividendos. De tributos a las personas naturales y a las sociedades. Del IVA, y de cómo levantar recursos frescos para financiar los gastos sociales que los estragos de la pandemia plantea. Desde esta columna también lo haremos por supuesto.
Por el momento solo cabe destacar que estamos frente a una tardía maniobra con resultados desconocidos. Ojalá la salud fiscal del país salga bien librada de este aparatoso barrigazo.