

La mejor noticia económica del 2024 en Colombia fue, sin duda, el extraordinario desempeño del sector cafetero. En un país cuya economía está generalmente estancada, afectada por niveles insostenibles de inflación y acechada por grupos armados cada vez más fuertes en las zonas rurales, resulta sorprendente que los cafeteros hayan llegado a cosechar 14 millones de sacos de 60kg, casi tres millones más que en el 2023 y prácticamente igual a niveles pre-pandemia.
Esta cosecha, predominantemente de exportación, coincidió con una fuerte alza en los precios internacionales del grano, por lo que se tradujo en ingresos considerables para los millones de colombianos que viven del café. En lo que va del 2025, los precios siguieron aumentando en un 25%, por lo que este año podría ser aún mejor que el anterior. Ante esta bonanza inesperada, vale la pena evaluar sus causas para así entender parte de lo que sigue funcionando en Colombia.
En primer lugar, el incremento de los precios internacionales del café correspondió a una reducción en las cosechas de Brasil y Vietnam, las dos más grandes del mundo, debido a las graves sequías que han afectado a ambos países en los últimos dos años. En general, el avance del cambio climático seguirá dificultando la producción cafetera en muchos de sus epicentros históricos, encareciendo el grano. Si bien este fenómeno desafortunado también afectará a muchos productores colombianos, nuestra gran variedad de pisos térmicos y mayor estabilidad climática podrían representar ventajas comparativas frente a las regiones cafeteras de Brasil y Vietnam.
El precio elevado del café en dólares coincidió con un peso colombiano históricamente débil, atribuible a la crisis de inversión y producción que sufre el país en términos generales. Desde la victoria electoral de Gustavo Petro en junio de 2022, el valor promedio del dólar ha permanecido por encima de los 4,000 pesos colombianos, casi siempre por encima de su pico más alto durante la pandemia del Covid-19.
El peso débil es una mala señal, producto de las políticas hostiles a la inversión privada que ha impulsado este gobierno, y se traduce en el empobrecimiento de la gran mayoría de los colombianos. Sin embargo, también representa un mecanismo de defensa para nuestros exportadores, pues les permite obtener más pesos por cada dólar que reciben por sus productos y así adaptarse mejor a las pésimas condiciones internas del país. Si nuestra moneda estuviese fijada artificialmente a un tipo de cambio excesivamente elevado, como ocurre en otros países en desarrollo, nuestros exportadores perderían esa capacidad de adaptación y la economía en general padecería fugas de capitales aún mayores. Debemos celebrar, entonces, que aún gozamos de un banco central independiente y un régimen cambiario flexible.
Finalmente, debemos reconocer la pujanza de nuestras 500,000 familias cafeteras y la administración responsable e independiente de la Federación Nacional de Cafeteros. Mientras mayor sea el grado de estatización y control presidencial de un sector productivo, más vulnerable será ese sector a caer en manos de la corrupción, el clientelismo y la incompetencia, particularmente durante episodios demagógicos como el actual. Si nuestro sector cafetero refleja las virtudes de la empresa privada, descentralizada y competitiva, el petrolero representa el fracaso de una industria nacionalizada, presa del petrismo hasta el 2026.
El sector cafetero atraviesa un momento extraordinario, no gracias a este Gobierno, sino a pesar de él. Sólo el tiempo dirá si somos capaces de extender sus virtudes al resto de nuestra economía, o si las fuerzas del estatismo revolucionario terminarán sofocando a nuestros cafetales.