Termina un año difícil, malicioso, picarón, lleno de brotes pandémicos virulentos y brotes callejeros violentos que a mediados de año quisieron tumbar al gobierno y desestabilizar nuestra democracia, la misma que tendremos que defender con vehemencia el año que viene, porque mucho nos ha costado y no podemos feriarla y dejarla al garete para que la arrastre el torrente del neopopulismo irresponsable. En las encuestas aparece siempre un mismo ganador, que es el único candidato conocido, quien lleva veinte años haciendo campaña (desde mucho antes de su pésima alcaldía capitalina, en la contienda presidencial que perdió, hasta en el senado de la República) movilizando las masas al vaivén de sus caprichos y resabios, jugando inmisericordemente con las justas expectativas de un pueblo que sueña con un futuro mejor.
Lo más curioso es que ahora la izquierda colombiana se cree abanderada de la lucha contra la corrupción (recuerden el gobierno en Bogotá del Polo Democrático Alternativo en cabeza del ilustre cleptócrata Samuel Moreno; el cuentico de las bolsas repletas de billete regaladas por un futuro contratista de la alcaldía de Petro y el desempeño turbio del alcalde Ospina de Cali, montado por el Partido Alianza Verde). Y, en el fondo, creo que lo que buscan los dirigentes de la izquierda no es luchar contra la corrupción sino por la corrupción a que creen tener derecho una vez accedan al poder central.
“Si los partidos tradicionales han tenido el poder siempre y han cometido actos de corrupción-pensarán para sus adentros- ¿por qué diablos nosotros no podremos?” Sería una expresión perversa del principio de la igualdad de derechos: el derecho “inalienable” al robo, al pillaje, al saqueo de las arcas públicas, como lo hicieron Chávez y Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, acabando con una seguidilla de gobiernos corruptos y con una dictadura de derecha para tener la opción de llegar al poder y perpetuarse allí a punta de masacrar cualquier leve brote de oposición, pensando en llenar sus alforjas y después, cuando ya no aguanten más, irse a vivir a los paraísos perdidos cuya complicidad compraron en el “proceso democrático”.
Pero a todo señor, todo honor: Iván Duque Márquez va terminando su cuatrienio y en mi sentir ha sido un Presidente afortunado, brillante, transparente, con algunas fallas menores… que demoró unos días en ordenar el cierre de aeropuertos; que dejó más días a un ministro de Hacienda con su proyecto impopular de reforma tributaria; que delegó partes del manejo del orden público en la periferia cuando la primera línea de izquierda incendiaba el país; que demoró en desnombrar a una ministra tecnológicamente enredada; que mantuvo y/o nombró en cargos clave a unos amigos de su repelente antecesor JM Santos… son temas accesorios que para nada deben afectar la esencia de un gobernante idóneo, líder de un país que The Economist registró como el primero del mundo con el mayor índice de recuperación económica postpandemia.
Post-it. Estábamos acostumbrados a escuchar por la radio (37 años) la narración de las corridas de toros en la voz mágica y magistral del inolvidable quindiano Iván Parra Díaz (qepd). Gran falta nos hará en estas temporadas. A todos mis lectores, mis mejores deseos por un ¡Feliz Año Nuevo!