Vaya dilema para escoger el enfoque sobre lo acontecido en el país este fin de semana, no es tarea fácil, porque existen muchos puntos de vista para encarar los diferentes escenarios desplegados; pero empecemos por la marcha misma que se presentó multitudinaria, iniciando más temprano de lo acordado, compuesta por un variopinto número de asistentes, indígenas, estudiantes, trabajadores de diversas disciplinas, sindicalistas, que gritaron presente en los puntos cardinales de la ciudad, con abundante representación.
El desplazamiento en lo posible fue ordenado y respetuoso, mostró en principio mesura y coordinación, no obstante presentarse algunas alteraciones a lo largo del recorrido, debemos reconocer que la marcha fue pacífica hasta su arribo a la Plaza de Bolívar, en medio de lluvia pertinaz, que no frustró los anhelos de organizadores y asistentes. Desafortunadamente a los organizadores se les colaron agitadores profesionales, que alteraron el orden e irrumpieron con violencia, trastornando la tranquilidad, creando caos y desorden general. Los pormenores y grado de violencia no los vamos a describir por grotescos y salvajes, pero fueron registrados en medios de comunicación y redes sociales, mostrando la dimensión de agresividad y ataque a la policía, entidad encargada de velar por el Estado Social de Derecho y orden durante el evento.
A partir de ese momento debió hacer presencia el Esmad para defender la integridad de los asistentes y conservar los muebles de la ciudad, unidad que soportó con estoicismo ataques de estos vándalos, quienes mostraron estar entrenados y organizados para generar alteraciones premeditadas, estudiadas y concertadas de antemano, situación que se extendió a toda la cuidad una vez despejada la Plaza de Bolívar. Por redes sociales y medios de comunicación se observó cómo estos colectivos (que es su verdadero nombre) constituidos, adiestrados y subvencionados por fuerzas oscuras, atacaron instalaciones policiales con sevicia, sin que se les escapara arremeter en montonera con crueldad y ferocidad contra unidades o patrullas de policía, desprotegidas y ajenas a la problemática,- lo más parecido a un plan pistola,- que por infortunio debieron atender clamores ciudadanos víctimas de esas catervas, hasta el punto que convinieron las vecindades organizarse para enfrentar estos delincuentes que pretendían violar la privacidad e invadir la propiedad privada para hurtar, atacar y vilipendiar residentes, y colectividades sociales. Aleve ataque y preocupante proceder a futuro en el país.
En tanto la violencia se extendía en diferentes puntos de la ciudad, la sociedad inició un cacerolazo, como protestas en diferentes sentidos; algunos manifestaban estar contra la violencia generada por esos colectivos, otros la inconformidad con el gobierno. Fueron muchos los motivos y muy tímida la claridad, pero la sociedad tuvo la oportunidad de manifestarse, así la policía terminara pagando los platos rotos en el evento. Las víctimas policiales muchas, pero la mística intacta.