Nos pasa con bastante frecuencia que los planes que hemos hecho se modifican levemente o de plano no se concretan. Ahora, en esta coyuntura mundial, muchos proyectos cambian… o nunca se realizarán.
La cotidianidad se ha magnificado en estos tiempos que nos han correspondido vivir. Es como si por obra y gracia del Covid-19 la vida -y de paso la muerte- estuviera ahora bajo una gran lupa, que nos permite ver en vivo y en directo lo que siempre ha estado presente, pero que mirábamos de reojo o sencillamente no queríamos observar. La vida, sabia, nos permite aprender en todo momento, pues al fin y al cabo a eso vinimos; y si no hemos aprendido, nos da tantas oportunidades como sean necesarias para que ampliemos nuestra comprensión de nosotros mismos, de los otros y del mundo. Uno de esos aprendizajes pendientes es el de adaptarnos a lo que hay, a aceptar la vida tal como es. ¡Y aquí sí que tenemos resistencias! Nos han dicho que es preciso controlar todas las variables, que no hay límites, algo así como que somos todopoderosos. Sí y no. Es verdad que estamos llamados a ser co-creadores de mundos. Pero, para ello necesitamos ampliar nuestra consciencia en forma constante y sostenida. Podemos hacer cosas mayores a las que hizo Jesús. Él lo prometió, pero hay un precio y el camino es largo.
Mientras tanto, en esta dimensión en la que nos encontramos, los límites son muy tangibles. Y a menor desarrollo de la consciencia, mayores son las limitaciones. La cuarentena, por ejemplo, nos ha traído restricciones de todo orden, que nos ponen a prueba y que asumimos de acuerdo con ese nivel de consciencia. No es que haya seres humanos de primera y otros de quinta, como infortunadamente nos lo muestra el modelo económico dominante. Sencillamente, somos diferentes y cada quien precisa aprender a lo que se comprometió antes de encarnar, a seguir ampliando su consciencia, desde las condiciones que tiene, no desde otras. Es por eso que para algunas personas es tan difícil aceptar los cambios, mientras que otras fluyen con mayor holgura. Entre más ampliemos nuestra consciencia más fácilmente asumiremos los cambios que nos plantea el entorno. Una de las cosas que podemos aprender es a diferenciar aceptación de resignación, pues con frecuencia las solemos confundir: pero no, no son sinónimas.
Resignarse es renunciar al propio poder, desconocer –por múltiples razones– nuestras capacidades de auto-organización y creación, así como negar que siempre tenemos asistencia divina. Aceptar es comprender las limitaciones, identificarlas para encontrar diferentes medios para transformar eso que nos talla o nos impide ir más allá y reconocer que la divinidad no solo está afuera, sino que también la llevamos dentro. Sin aceptación no hay transformación real. Aceptar que la vida cambia nos permite crear opciones, encontrar salidas y construir sueños en vez de perseguirlos. Las circunstancias de hoy nos han cambiado el libreto. Tal vez es lo que necesitamos para aceptar y transformarnos…