Qué se puede esperar de nosotros si somos apenas una “democracia defectuosa”, como si no lo supiéramos ya y necesitáramos la ratificación del Democracy Index de The Economist que la semana pasada nos bajó la caña porque miró con juicio nuestras cifras de violencia y su correlato con los procesos electorales y el pluralismo, el funcionamiento del gobierno, las libertades civiles, la participación y la cultura política, las libertades civiles, poniéndonos en un ranking que está en contravía con la narrativa del cambio.
Quizás estos defectos han estado ahí, latentes y a veces salta la liebre; tal vez en el fondo nos seguimos mereciendo el inri de “Estado fallido” que nos chantaron a finales del siglo pasado, antes de Uribe, y que los amargados de la oposición han sacado a relucir en pleno siglo XXI, aunque ahora por la corrección idiomática y política se habla de Estados frágiles, como Píccola, mi felina anciana y agonizante a quien yo con amor le digo gatica frágil y también nos van a bajar la caña para que perdamos tanta arrogancia con el análisis que el Foro Económico Mundial hace de los Fragile States Index: indicadores de cohesión, políticos, económicos y sociales.
El mundo nos mira y nos baja la caña, pero adentro, como en el póker, solo cañamos, una palabra común del léxico nuestro que significa mentir y hacer alarde de lo que no se tiene para obtener algo a favor. Caña la izquierda y caña la derecha, cañan los funcionarios, cañamos en calles y clubes, cañan los viudos del poder, cañan en el Congreso y en los ministerios, todo mundo caña.
Cañan los nuevos gobernantes asidos al espejo retrovisor como si de reducidores de la Caracas se tratase; cañan mientras aprenden un poco de la cosa pública. Cañan con la olla raspada, llorando en un diván público en vez de volver a barajar y resolver con lo que hay como hacemos los colombianos de a pie.
Pero hay cañas de cañas. Algunas dan solo pena ajena como la de los filtros de Instagram y los currículos exitosos de LinkedIn. Cañas anodinas. Pero otras son en extremo peligrosas. Caña Juan Esteban Orrego, director de la seccional Bogotá de la Federación Nacional de Comerciantes cuando pide que se autorice el porte de armas de fuego a las personas que tienen salvoconducto porque “los delincuentes saben que a donde vayan, nadie les va a responder”.
Caña Andrés Escobar, con reconocimiento en esta tierra caliente y una curul en el actual Concejo de Cali, a punta de cañar como empresario y hombre de armas tomar, lo que le permitió ser coach de un día en una unidad militar, él que no es un interlocutor válido porque aún está incurso en investigaciones por dispar a los civiles durante el denominado estallido social. Caña también el ministro de Defensa al decir que “hemos reprobado esa presencia”.
Cañar debe ser una táctica que se haga con total delicadeza, de forma tal que los oponentes no se den cuenta, como un tahúr, al modo de Juan Manuel Santos, capaz de cañar a Uribe y Uribe, incapaz de bajarle la caña.
Yo caño, tú cañas, todos cañamos. Pero debería ser con un poco de pudor, para no blanquearnos tanto como lo hace Marbelle en TikTok.