Los antiguos llamaban a la universidad “Alma mater”. Alma, envuelve la idea de sustentadora según los griegos, lo que alimenta, nutre y da vida y vigor. Y eso ha sido y continúa siendo la Universidad La Gran Colombia. Pero este instituto es diferente a todas las universidades. Demostró que la sabiduría no podía ser privilegio excluyente de los acaudalados, los linajudos y los dueños del poder. Penetró tan hondo en el corazón humano la idea de nuestra universidad, que hoy en el país y en América, multitud de universidades imitaron su ejemplo.
Y otra novedad más. La universidad nos ha inculcado la idea redentora de que no basta ser un profesional bueno. Hay que ser, si se puede y si no se puede también, el mejor profesional del medio. Esto nos lleva al tema de la excelencia académica.
La mejor figura retórica es la repetición.
El abogado grancolombiano -clase media y popular- es el que mira la vida con ojos de propietario. Si no lo ascienden, se asciende solo. No le teme a la competencia, le teme a no ser competente. Recuerdo, siendo joven, el grito del prestigioso penalista Ismael De Zubiría: “Ud. Dr. Gómez Aristizábal me tiene miedo a mí”. Yo en el acto le grité: “Sí doctor Zubiría, yo le tengo miedo a Ud. pero por una razón, porque no tengo ojos en las espaldas”. En el ambiente grancolombiano no cabe el conocido episodio en que un abogado le dijo a un tinterillo: adiós abogado sin título y éste le respondió con ironía: “Adiós título sin abogado”. De nosotros no se puede decir que entramos en la universidad, pero la universidad no entró en nosotros.
Muy rápidamente quiero tocar el dramático tema del desempeño profesional. En Colombia hay 200.000 doctores desempleados.