EL Gobierno haría menos mal a la sociedad abriendo las puertas de las cárceles, que manteniéndolas en la situación actual.
El doctor Jorge Pinzón Ferro, anota: “Hay estadísticas que demuestran los problemas morales existentes. En la Modelo, de Bogotá, por ejemplo, se llegaron a contabilizar 500 blenorragias anales hace algunos meses”.
Y agrega: “Si usted quiere doctorarse en delito, hágase meter en una cárcel. Esa, muy bien, podrá ser una fórmula para aprender en el menor término posible, toda la variada rama de la delincuencia, y llegar a inimaginables grados de degeneración personal. Todavía es reciente la historia del joven de 18 años que murió misteriosamente en la enfermería de una de las cárceles de Bogotá, después de haber servido a 50 delincuentes para saciar primitivos instintos. El joven sólo estuvo ocho días en la cárcel. Había sido llevado por sospecha dentro de una investigación adelantada por robo”.
La persona que desgraciadamente vaya a una cárcel por haber herido o matado en accidente de tránsito es absorbida contra su propia voluntad por la vorágine responsable de nuestros penales. Un médico de una cárcel anotaba: “Quien es recluido por haber cometido ocasionalmente algún delito, al principio tiene multitud de escrúpulos y se impone grandes limitaciones. Pero el novicio, frente al ambiente de colectiva degeneración que lo rodea, vence finalmente todas las resistencias morales, cayendo en la corrupción y el vicio”.
El mismo médico al explicar el alto porcentaje de las enfermedades venéreas en las cárceles dijo: “En el ambiente carcelario la “ley del silencio” impera hasta para esos casos. Muchos prefieren seguir con su enfermedad antes que confesarla al médico. Pero contagian a los demás, y se generaliza una grave situación”.
Muchos de los casos de sangre presentados en las cárceles del país han tenido como origen los celos aberrantes por pasiones inconfesables. Nuestras cárceles no alcanzan siquiera la categoría de campos de concentración. Y no llegan a esa condición porque los campos de concentración tienen un requisito elemental: el aseo y la organización disciplinaria para evitar fugas de los retenidos.
Si pesamos en que la cocinera tiene que ganar algo, la ración del cautivo resulta pequeñísima. En la publicación aludida se dice que esta situación es doblemente desmoralizadora, ya que implica agotamiento físico del individuo por no tener una alimentación que garantice el mínimo de vitaminas y calorías diarias suficientes para la subsistencia humana; agravándose de otro lado las probabilidades de rehabilitación del cautivo. El desayuno consiste en agua de panela con pan. A veces les dan queso. Almuerzo: sopa mala, arroz, carne pasada y escasísimas verduras. Los recién ingresados a las cárceles duran semanas ayunando mientras el organismo se adapta a tan tremenda alimentación.
La forma de entrar la coca a los penales es bastante ingeniosa: en una lámpara, en pilas eléctricas vacías por dentro, en candados grandes, en tacones con pequeños goznes, en el cuello de una camisa, en hierros labrados por dentro, y hasta en panes cuidadosamente elaborados.