Carlos Holmes Trujillo G. | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Marzo de 2016

Tormentas y liderazgos

 

“Se necesita un liderazgo basado en la cercanía y la comunicación”

 

EL  escenario de lo público jamás es tranquilo. En ese marco se producen tal cantidad de agitaciones que lo usual es la navegación en medio de tempestades.

En ocasiones ellas son la consecuencia de causas naturales.

Pero, muchas veces, las alteraciones del pulso colectivo son el resultado de los terremotos políticos que no tienen origen distinto a motivaciones de esa naturaleza.

Y, en el mundo del siglo XXI, son innumerables las oportunidades en las que todo obedece a corrientes tempestuosas en las redes sociales  o a la manera como se presentan las noticias, por comunicadores que están inspirados en el legítimo propósito de sacar cabeza en la competencia por cautivar a la audiencia.

Las aguas hoy son cada vez más tormentosas porque se mezclan todos los motivos que inciden en la intranquilidad del ambiente general.

Eso acontece en todos los tipos de sociedades. Desde aquellas que están en períodos de formación hasta las maduras, pasando, claro está, por las que se encuentran en período de transición, que no son pocas.

Ni hablar de Colombia. Por estos lares pasa de todo.

Suceden cosas que aterran: la batalla política llega a niveles dañinos e indeseables, los medios compiten con vigor inusitado por cada punto en las mediciones, y la avenida electrónica transporta cada día segundo un número mayor de mensajes.

Todo esto sucede cuando la falta de credibilidad en las instituciones registra los más altos niveles históricos de los que se tenga memoria.

No obstante el estilo de liderazgo que se le transmite al país parece diseñado para la Colombia del pasado.

Cumbres, fotografías en la casa del poder y caras adustas en momentos de dificultad como telón de fondo para las intervenciones, con tono de sentencia para la posteridad.

¿Al final qué sucede?

Pues que la actitud del ciudadano atónito no cambia, la temperatura de la incertidumbre que lo afecta aumenta y el desconcierto se apodera del sentimiento general.

Las sociedades contemporáneas no han logrado encontrar en ningún continente la receta para curar las enfermedades públicas de los nuevos tiempos.

Encontrarla es un desafío inmenso.

Lo que hace la diferencia entre unas y otras es que hay algunas que lo intentan, ensayan, corren riesgos, adoptan actitudes novedosas, y no pocas se quedan atadas al estilo y procedimientos que fueron buenos antes pero carecen hoy de idoneidad.

Quizás eso es lo que nos está pasando.

Los problemas son gigantescos, desde luego. Las expectativas han crecido mucho, al tiempo que las disponibilidades reales para satisfacerlas muestran señales constantes de retraso. Esto es un hecho incontrovertible.

No obstante, se extraña bastante el esfuerzo que debe hacerse para construir el tipo de liderazgo que demandan ciudadanos más exigentes, conscientes de sus derechos y supuestamente mejor informados.

La brecha entre lo que se espera y lo que se puede hacer es todos los días más amplia, en tanto que la capacidad para renovar las señales de dirección desde el poder resulta precaria frente a la realidad de los acontecimientos.

La única alternativa que queda es jugársela por un camino distinto, por un liderazgo basado en la cercanía y la comunicación, cuyo ejercicio apunte a llevar lo que el ciudadano espera recibir a niveles viables, y que comprenda que el motor es la organización colectiva, con base en la confianza que producen la franqueza y la transparencia.

¿Difícil?

Sí, muy difícil, pero no hay de otra.